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Rosario Castellanos: reescrituras del mito

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Luis Fernando Charry
30 de julio de 2022 - 05:30 a. m.
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A los que suelen descalificar a Rosario Castellanos con el irresistible calificativo de “escritora feminista” no les gustará mucho el siguiente poema: “¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. / Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). / ¿Mujer de acción? Tampoco. / Basta mirar la talla de mis pies y mis manos. / Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no. / Pero sí de palabras, / muchas, contradictorias, ay, insignificantes, / sonido puro, vacuo cernido de arabescos, / juego de salón, chisme, espuma, olvido. / Pero si es necesaria una definición / para el papel de identidad, apunte / que soy una mujer de buenas intenciones / y que he pavimentado / un camino directo y fácil al infierno”.

El título del poema, Pasaporte, es engañoso, o al menos un poco engañoso para los “expertos” en “escritoras feministas” (los mismos que pasaron por alto, por cortesía de una serie de prejuicios, la lectura de El eterno femenino). En este poema Castellanos (1925-1974) indaga con humor en la ventura o desventura de la mujer en la vida cotidiana, sin victimizarse, esquivando las embestidas de la masculinidad, y apela casi en cada verso, con mucha astucia, al cliché, es decir, a los usos distorsionados del cliché: tanto en las “situaciones” donde los destellos de humor afloran como en las “palabras” que resaltan cada “rasgo femenino”. Sin embargo, conviene aclarar de una vez que la “militancia” de Castellanos en las filas del feminismo va un poco más allá y no se limita a los reproches prolongados por su exclusión social, ni a los caprichos contestatarios de la época.

Esa “militancia” fue en realidad un gesto de afirmación individual en el cual siempre estuvo en juego el encuentro definitivo con la “autenticidad”, o sea, con el “ser femenino”: un ideal opuesto a la imagen preconcebida que de la mujer tiene la sociedad. Contra eso, contra esos “arquetipos sociales”, entabló una lucha durante toda su vida (y el eco de esa lucha retumba incluso en El eterno femenino: algunos de los que la descalifican quizás leyeron bien el título, pero se escandalizaron un poco en las primeras páginas. ¿Acaso les habrá parecido escandaloso e insoportable que la obra empezara en un salón de belleza?). De cualquier modo, la “militancia” o las “preocupaciones” de Castellanos apuntaban hacia un horizonte mucho más amplio: reescribir ciertos “mitos femeninos” por el mero placer de poner de nuevo en circulación a un numeroso grupo de mujeres “encasilladas” dentro del “Partenón Feminista”.

En este sentido su trabajo de “reescritura” fue más bien un acto de creación (todo mito, cuando entra en contacto con la literatura, adquiere una resignificación). Así, Castellanos se apropia a lo largo de su obra del mito de Eva, de la Malinche, de sor Juana Inés de la Cruz o de la emperatriz Carlota. Por supuesto, no es la primera vez que alguien se apropia de esos “mitos femeninos” (de Carlota, por ejemplo, tal vez no haya nada tan elocuente como Noticias del imperio, de Fernando del Paso, donde se reproduce el monólogo enloquecido de la emperatriz con insoportable maestría), pero esta apropiación rara vez se ha llevado a cabo con humor. Quiero decir: con “ese” tipo de humor.

Luis Fernando Charry

Por Luis Fernando Charry

Escritor, periodista y editor
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