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Hace dos semanas dije aquí unas cosas de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas y hoy diré otras cosas de la adaptación cinematográfica de esa novela —se cumplen ya 20 años de la premiere—, dirigida por David Trueba. En principio debo decir que se trata de una adaptación fallida pese a haber sido nominada en su momento a ocho Premios Goya; en realidad esas nominaciones no aludían a los méritos de la película (solo ganó en la categoría a la mejor fotografía) sino más bien al estado paupérrimo del cine español contemporáneo.
La película comienza con una serie de imágenes escabrosas (un toque inicial de suspenso, se sabe, siempre será un buen gancho): jirones de ropa en un pastizal, una bota militar en el fango, una manta abandonada a la intemperie que conduce a una montaña de cadáveres sucios y ensangrentados. Luego hay un fundido a negro, aparece el título de la película y a continuación hay una secuencia más o menos pulcra de un apartamento lleno de libros dentro del cual sobresale la figura de una escritora que intenta escribir —el televisor encendido sin volumen— en la página en blanco: una “A” mayúscula (primer plano ultramanido) inunda poco a poco la pantalla del computador de Lola, la escritora en crisis. (A propósito de los nombres, un comentario menor: en la novela, como algunos recordarán, el narrador se llama Javier Cercas, lo cual posibilita al menos múltiples sentidos de lectura; en la película, en cambio, la protagonista se llama Lola, lo cual invalida por completo esa multiplicidad de sentidos).
Así, pues, se alternarán a lo largo de la película dos hilos argumentales distantes en el tiempo: el de Sánchez Mazas —ideólogo falangista, poeta adolescente de dudosa calidad, sobreviviente de un fusilamiento— y el de Lola. Esta alternancia es un recurso válido (el manejo del color resalta los saltos temporales), si bien el uso excesivo de este recurso se vuelve con el paso de los minutos inefectivo: los flashbacks se suceden de una manera precipitada y mecánica, como si fueran el resultado de un rapto de nerviosismo del director. (En la novela, dicho sea de paso, las digresiones se presentan de una manera eficaz).
Esta alternancia obedece sin duda a una decisión no solo estética sino, sobre todo, política ya que la película plantea en el fondo ciertas cuestiones afines a la recuperación de la memoria histórica y se alinea a su vez en las filas del género documental. En efecto, hay un nutrido material de archivo: Cinémathèque Gaumont, Pathé Archives, Radio Televisión Española, Filmoteca Española, Agencia EFE, Biblioteca Nacional, Archivo Machado y los testimonios de Joaquim Figueras, Jaume Figueras, Chicho Sánchez Ferlosio y Daniel Angelats. En este sentido habría que decir que la película-documental privilegia el pasado (la historia de Sánchez Mazas) en detrimento del presente (la crisis de Lola).
Por eso el destino de Lola a la larga se convierte en un destino anodino y al final condena a la película al naufragio. A algunos espectadores la duración de ese naufragio —una hora y 59 minutos— quizás les parezca un tormento soportable; a otros, por el contrario, quizás les parezca un martirio inmisericorde.
