Según el conteo de los especialistas en su obra, Machado de Assis escribió unos 200 cuentos. De ese material ingente, tal vez lo mejor sean sus “cuentos morales”. Esto no quiere decir que Machado de Assis haya sido un escritor “moralizante”.
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En Misa de gallo, por ejemplo, el narrador y protagonista, un tipo de apellido Nogueira, decide reconstruir una experiencia. Por supuesto, la reconstrucción solo es una excusa para tratar de darle sentido a algo que a lo mejor no tenía ningún sentido: “Nunca pude entender la charla que mantuve con una señora, hace muchos años. Yo tenía diecisiete, ella treinta”. La “charla” fue en la noche de Navidad, en Río de Janeiro, en una casa de la Rua do Senado. El propietario de la casa era el escribano Meneses. Meneses se había casado dos veces: la primera con una prima de Nogueira y la segunda con Concepción. Aparte de estos personajes, en la casa vivían la madre de Concepción y dos esclavas. Todos se iban a dormir a las diez de la noche. Por eso la casa —grande, llena de libros, silenciosa— se convirtió para Nogueira en una especie de santuario donde pudo dedicarse a estudiar para un examen universitario.
Aunque la verdad no debió estudiar mucho, sobre todo desde que oyó que a Meneses le gustaba ir al teatro una vez a la semana, en la noche, sin acompañantes. En más de una ocasión, Nogueira le dijo que lo llevara (nunca había ido al teatro), pero Meneses ni siquiera se tomaba la molestia de responderle. Se iba solo y volvía a la mañana siguiente. “Más tarde me enteré de que lo del teatro era un eufemismo en acción. Meneses mantenía relaciones con una señora, separada del marido, y dormía una vez por semana fuera de su casa. Concepción había sufrido, al principio, por la existencia de la amante; pero, finalmente, se había resignado y acostumbrado, y terminó pensando que después de todo no era para tanto”. En definitiva, Concepción se resignó a vivir con cierta resignación cristiana.
Esa noche de Navidad, Meneses fue al teatro. Y Nogueira (había ido a Río de Janeiro no solo a estudiar sino también a constatar que la misa de gallo era distinta en la gran ciudad) se quedó en la casa leyendo Los tres mosqueteros hasta que Concepción se presentó como un espectro en la semipenumbra de la habitación. Se pusieron a hablar de almas en pena, de novelas, de largas noches de desvelos. En algún momento, Concepción dijo que la vejez ya se insinuaba en su cara. Nogueira desaprobó el comentario. Y le dijo, o le dio a entender, que no tenía ni un pelo de vieja. “Así, con la pudorosa informalidad de sus ropas, me impresionaba de una manera singular. Si bien delgada, al moverse lo hacía con no sé qué cadencia, como alguien a quien le cuesta llevar su cuerpo; ese aspecto nunca me pareció tan notorio como aquella noche”. Siguieron hablando de otras cosas, todas olvidables, hasta que a Nogueira le llegó la hora de ir a la iglesia. Pero no pudo rezar. “Durante la misa, la figura de Concepción se interpuso más de una vez entre el cura y yo; quede esto a cuenta de mis diecisiete años”.
A partir de este punto empiezan las interpretaciones: ¿es una historia de un doble fracaso o de un doble adulterio? Léanlo. Sin ruborizarse, por favor.