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LA SITUACIÓN EN ZIMBABUE HA llegado al punto de que la comunidad internacional estaría totalmente justificada de emplear la fuerza para arrestar a Robert Mugabe y llevarlo a juicio.
¿Por qué digo esto ahora? Para ser exactos, los crímenes de Mugabe fueron lo bastante horrorosos en el pasado. Pero eran crímenes de un gobierno electo. Y no quedaba totalmente claro que cruzaran el umbral capaz de justificar una intervención armada.
Esencialmente, hay cuatro criterios para esa intervención. Uno es el genocidio. Según los firmantes de la Convención para la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio (Estados Unidos es uno de ellos), puede invadirse un país ya sea para prevenir o para castigar a sus perpetradores. Otro criterio es la agresión contra la soberanía de estados vecinos, incluyendo la ocupación de su territorio. El tercero es dar albergue, o alentar a grupos internacionales terroristas. Y el cuarto es violar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, o las resoluciones de las Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva.
Mugabe sí mató a muchas personas en la provincia Matabelelandia de Zimbabue en expediciones punitivas en la década del ochenta. Esas muertes fueron causadas por unidades especiales entrenadas por Corea del Norte, y el propósito fue eliminar un grupo étnico. Y Mugabe también ha castigado a distritos opositores a través de la negación indiscriminada de reservas alimenticias.
Pero esto no necesariamente alcanza el nivel de “genocidio”. Sus soldados pueden en un momento haber tomado parte en el saqueo oportunista de los recursos del Congo, pero esto no se califica exactamente como una invasión u ocupación. Zimbabue no es un abrigo para terroristas internacionales buscados y tampoco participa en el mercado negro de las armas de destrucción masiva.
Pero la situación se ha alterado en fecha reciente. Y un examen de lo que se ha alterado puede ayudarnos a clarificar cuando un estado cruza el límite y se convierte en “delincuente”. Es tan grande la miseria del pueblo de Zimbabue que enfermedades tales como el cólera se están diseminando. Y es tal el grado de desesperación de los afectados por el cólera, que han comenzado a cruzar en masa la frontera, principalmente en dirección de Sudáfrica, portando con ellos sus enfermedades.
Esto significa que Mugabe se ha transformado en un problema internacional. Está desestabilizando a sus vecinos, brindándoles un interés legítimo en intentar devolver la estabilidad a Zimbabue. Personas como Desmond Tutu y Graca Machel (la esposa de Nelson Mandela) han comenzado a pedir que se adopte una acción regional para desalojar del poder a Mugabe. Si esas voces son alguna vez escuchadas, tal vez se deba a que Mugabe fue demasiado lejos en sus intentos por empujar a personas infectadas hacia territorios vecinos. Esto es un tipo de guerra bacteriológica.
Y hay otro detalle a tomar en cuenta: Mugabe perdió claramente la última elección en Zimbabue, pese a usar la maquinaria del estado como si hubiera sido su propiedad privada.
Derrocar a un gobierno democrático en cualquier país debe ser tomado en cuenta como el posible preludio de medidas extremas o amenazantes contra los estados vecinos. La Unión Europea, por ejemplo, no admite a país alguno que carezca de una democracia parlamentaria en funcionamiento. Y está dispuesta a expulsar a cualquier miembro que tenga un gobierno militar. Algunos gobiernos que pertenecen a la Unión Africana querrían adoptar una política similar. Por supuesto, las Naciones Unidas deben aceptar a las naciones como se presentan.
La dialéctica entre un estado "delincuente" y otro "fracasado" es difícil de evaluar. Irak (que bajo Saddam Hussein fue el único estado que respondía a los cuatro criterios antes mencionados) se buscó las sanciones ruinosas. Afganistán se volvió un estado delincuente como resultado de su fracaso.
La conducta interna “delincuente” casi destruyó a Ruanda como país. Esa conducta envió a vastos números de refugiados a través de sus fronteras, y ayudó a desencadenar la angustiosa guerra civil en el Congo que habría causado millones de muertos.
Tuve tiempo de dialogar con Sebastiao Salgado, el enviado especial de la Unesco para la erradicación de la poliomielitis. Para 2001, cuando visité Calcuta y otras partes de Bengala, esta horrible enfermedad parecía en camino de unirse a la viruela como una cosa del pasado. Pero si solamente unos pocos bolsones resisten a la inoculación, la enfermedad, que es siempre infecciosa, retorna de manera devastadora. Y en ciertas zonas musulmanas donde operan milicianos se cree que la inoculación es un trampa para esterilizar a las personas. Y muchos doctores y enfermeras de la campaña han sido baleados, acusados de intrusos imperialistas. Como resultado, la poliomielitis se ha vuelto a diseminar. Y creo que también las Áreas Tribales de Administración Federal de Pakistán se han convertido en una responsabilidad internacional, no solamente del gobierno de Islamabad.
El hecho de que el Talibán y Al-Qaida actúen en la misma zona tal vez no sea una simple coincidencia. Y por esa razón pienso que los derechos humanos y la epidemiología pueden ser socios naturales. En ese sentido, Zimbabue podría ser un excelente laboratorio en el cual examinar la propuesta de que las dos clases de salud están vinculadas.
*Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, su ironía y su agudeza intelectual. (Traducción de Mario Szichman).
