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EN THE BEST MAN, LA ÚNICA PELÍcula útil o divertida o pieza dramática ambientada en una convención política norteamericana, Gore Vidal nos presenta a Joe y Mabel Cantwell (Cliff Robertson y Edie Adams en la versión fílmica de 1964), una pareja derechista, defensora de los “valores familiares”, que cuenta con una progenie truculenta.
Los dos tienen el horrible hábito de referirse al otro miembro de la pareja como “Papá Oso” y “Mamá Oso”, y cuando parece que Cantwell está seguro de su nominación frente a su rival William Russell, Mabel exclama de manera horrenda que como resultado “Papá Oso y Mamá Oso y todos los ositos van en camino hacia la Casa Blanca”.
¿Puede el cine norteamericano jactarse de un momento más escalofriante que ese? La selección del elenco de la película fue tan tensa que Ronald Reagan no fue elegido para interpretar al presidente Art Hockstader el papel fue asignado a Lee Tracy basándose en que parecía poco “presidencial”. Y el crudo intento de Cantwell por representar a su rival como un ser mentalmente inestable es frenado por el alegato contrario de que durante la guerra él había tenido encuentros homosexuales en una base militar en Alaska.
La familia Cantwell, creada por Vidal, fue un cruce de pesadilla entre los linajes de Richard Nixon y de Joe Mc Carthy. Yo simpatizo en parte con quienes han intentado representar a Sarah Palin, la ex Miss Wasilla, como una candidata de la Manchuria. Sin embargo, en estos días, cuando leía mensajes por correo electrónico de algún camarada preocupado, tropecé con la sensación de quien pone su pie en lo que parece ser el último escalón, y no lo es. ¿Ella estuvo en el partido por la Independencia de Alaska? Realmente no. ¿Hizo campaña para el ultraderechista Pat Buchanan en el 2000? El informe de la AP de 1999 parece ser contradicho por su respaldo a Steve Forbes. (Algo no muy grande, estoy de acuerdo, pero Forbes no es Buchanan).
La cosa más horrible que he sacado hasta ahora es la respuesta que dio al cuestionario cuando se postuló como gobernadora de Alaska en el 2006. Se les preguntó a los candidatos: “¿Usted se siente ofendido por la frase ‘under God’ (bajo el mandato de Dios) en la Promesa de Lealtad a la Bandera?”. Su respuesta fue: Si esa promesa fue lo bastante buena para los padres fundadores (es) lo bastante buena para mí, y yo combatiré en defensa de esa Promesa de Lealtad.
El pequeño problema con esto —porque sería verdaderamente espantoso si la gobernadora Palin ignorase que esa promesa data solamente de finales del siglo XIX y que la inserción insólita de las palabras “under God” se hizo a mediados de 1950— es que resulta en cierto modo divertido. Y es también el tipo de error que muchas personas podrían cometer y perdonar a su prójimo por hacerlo.
Tal vez estoy equivocado, pero pienso que algo similar está involucrado en el intento de retratar a la familia Palin como si hubiera surgido de un Arkansas cubierto de hielo o del Camino del Tabaco con iglús y miembros de la etnia inuit. Muy bien, ella posiblemente haya tenido sus problemas. ¿Pero a quién exactamente asfixiaron en aplausos los demócratas, durante dos noches seguidas, en Denver? A la familia más disfuncional que alguna vez haya ocupado, no la mansión vicepresidencial, sino la ejecutiva.
Es difícil imaginar que habrá más embarazos no deseados o casamientos a punta de escopeta en caso de que los Palin se muden al Observatorio Naval en la avenida Massachusetts, ya que con Bill Clinton la cosa nunca paró.
Walter Dean Burnham, uno de los marxistas más prominentes del país, solía atraer el ridículo en las décadas de los sesenta y de los setenta cuando aseguraba que Ronald Reagan llegaría a la Presidencia. Burnham basaba esto en varios cálculos, uno de los cuales era el factor de atracción-repulsión. Los candidatos previos de la derecha, desde McCarthy hasta Nixon, habían expresado poderosas antipatías y resentimientos en contra de sus enemigos. Eso puede funcionar, hasta cierto punto, pero el problema es que si usted irradia hostilidad, también tiende a atraerla. Reagan no la irradiaba y tampoco la atraía. Y de esa manera, con su simpatía, logró destruir la coalición del “New Deal” demócrata.
No pienso que la gobernadora Palin cuente con bastante carisma popular, pero tampoco creo que sea inteligente tratarla con menosprecio. Entrevistado por Rick Warren en la grotesca iglesia Saddleback, hace algunas semanas, el senador Barack Obama anunció que Jesús había muerto en la cruz para redimirlo a él personalmente. Cómo había descubierto eso, nunca lo dijo. Pero eso le hará muy difícil a él, o a sus escoltas y simpatizantes, ridiculizar a Palin por sus absurdas creencias bíblicas. No olvidemos que su iglesia sigue creyendo que los judíos pueden ser convertidos al cristianismo y que los homosexuales pueden ser “curados” por el poder de la oración, y transformarse en heterosexuales.
No puedo esperar el momento en que Obama y su compañero de fórmula, Joseph Biden, expliquen que éste no es el caso o cómo es mucho peor, y bastante diferente, que el delirante párroco de Obama en Chicago o que la lealtad constante de Biden por la iglesia del planeta más enemiga de los homosexuales.
La diferencia, si es que existe alguna, es que Palin probablemente es sincera, en tanto que el equipo demócrata es casi con seguridad hipócrita. Lo mismo es verdad respecto del aburrido certamen sobre quién puede ser más populista, y de la siniestra disputa sobre quién puede ser de manera más demagógica un enemigo del establishment de Washington. Con este tipo de inmadurez en ambas campañas, es insultante que se nos pida decidir con base en la experiencia. Y eso sin hablar de “la capacidad de estar listo” para la acción.
* Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, aguda ironía y agudeza intelectual. (Traducción de Mario Szichman). c.2008 WPNI Slate.
