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Obama debe hablar con el pueblo iraní

Christopher Hitchens

21 de febrero de 2009 - 01:12 a. m.

ES EXTRAÑO CÓMO ALGUNOS TIPOS totalitarios sienten el impulso de ser francos y honestos, llegando casi hasta la confesión.

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Pongo como testigo de eso a un integrante del círculo de íntimos de Robert Mugabe, citado por el New York Times el 11 de febrero en relación con esa farsa de juramentación del líder opositor Morgan Tsvangirai como primer ministro de Zimbabue. Después de la ceremonia, según el informe de Celia W. Dugger: “(Un) veterano funcionario del partido gobernante ZANU-PF y miembro del politburó del partido dijo aludiendo a Tsvangirai: ‘No va a durar. Se lo juro. Solamente queremos ganar tiempo’ ”.

Pensé que lo sabía, pero es útil confirmar las sospechas.

Ahora, ¿alguien imagina que el flirteo del gobierno iraní con las “conversaciones directas” es otra cosa que un intento similar de que corran las agujas del reloj mientras giran las centrífugas encargadas de procesar uranio y comprar (o, más certeramente, desperdiciar) tiempo hasta que se procese suficiente material destinado a bombas atómicas y puedan sacarse la careta?

Los cálculos difieren, pero parece plausible que Irán podrá hacer ese tipo de anuncio antes de finalizar este año. Eso significaría que todos los acuerdos internacionales, todas las negociaciones con cuerpos tales como la Unión Europea, todas las “inspecciones” por parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica, habrán sido, de hecho, absurdas y nulas. Significaría que los mullahs se rieron de nosotros. Y significaría, para el resto del futuro, la obligación de tratarlos con una cortesía exagerada. Ese será seguramente un mundo muy hermoso.

Durante décadas nos hemos preguntado qué podría pasar si un arma apocalíptica cae en manos de un grupo mesiánico o de un régimen irracional. Y ahora estamos bastante cerca de enterarnos. No soy de esos que creen que los mullahs tratarán inmediatamente de incinerar el Estado judío. Esto por varias razones. Primero, la teocracia iraní es corrupta y gobierna un país potencialmente rico que le permite solamente a ella enriquecerse. Un conflicto nuclear con Israel sería —en un sentido ferozmente literal— realmente la última cosa en que se embarcarían. Segundo, e incluso teniendo en cuenta la retórica oficialmente mesiánica y yihadista del régimen, permanece el asunto de que un arma termonuclear detonada contra el enemigo sionista también eliminaría a los palestinos y destruiría la mezquita Al-Aqsa. (Incluso Saddam Hussein, en su momento más loco, reconoció este hecho, prometiendo con su habitual falta de modestia “incinerar solamente la mitad de Israel” con las armas de destrucción masiva que en ese momento alardeaba de poseer).

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Tampoco, creo yo, los mullahs le pasarán sus aparatos nucleares a subalternos como Hizbulá o buscarán tener una confrontación nuclear con Estados Unidos o con Europa occidental. Lo que seguramente harán será usar las armas nucleares para alguna forma de chantaje contra los Estados vecinos del Golfo Pérsico. La mayoría de esos países es árabe y suní, en lugar de persa y chiita. Pero al menos uno de ellos (Bahrain) tiene una gran población chiita y está cercano a Irán. No es difícil anticipar que en círculos de línea dura en Teherán hay quienes dicen que Bahrain debería formar parte de la madre patria persa. Imagine el lector lo que hubiera ocurrido si Saddam Hussein hubiese adquirido una bomba atómica antes de invadir Kuwait. (Es por esto que muchos gobiernos y periódicos árabes han sido tan tibios respecto a apoyar a los delegados de Irán: Hamas y Hizbulá, en las confrontaciones más recientes con Israel).

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Enfrentada con la horrible contingencia de un matoneo nuclear regional disfrazado como “ambigüedad estratégica”, la administración de George W. Bush se las arregló, como lo hizo con tanta frecuencia, de conseguir lo peor de ambos mundos. Era una costumbre que los funcionarios de Bush, cuando les preguntaban sobre las ambiciones nucleares de Teherán, respondiesen de un modo oscuro y significativo: “No dejaremos este problema a la administración siguiente”. Pero, como se habrán dado cuenta, eso no ocurrió. Aún así, uno tiene la esperanza de que el gobierno de Obama no cometa el error opuesto y substituya la política con otra que no muestre ni un discurso blando ni un gran garrote. También en esa instancia, los reactores iraníes continuarán zumbando y las centrífugas dando vueltas.

La idea de negociaciones directas y transparentes con los iraníes en principio no es equivocada, pero depende de qué iraníes son verdaderos o potenciales socios. El presidente puede dirigirse directamente al pueblo iraní, si así lo elige, desde el podio de las Naciones Unidas (como  le pedí al presidente Bush que hiciera). Puede decirles que así como Estados Unidos está en condiciones de ayudarlos para la construcción de reactores nucleares destinados a fines civiles, del mismo modo no se quedará tranquilo si los acuerdos de Irán con los organismos internacionales son violados. Puede decirles que el patrocinio de Hizbulá y de Hamas por parte de los mullahs es una razón del continuo aislamiento de Irán. Puede agregar —como sugerí antes— que en su búsqueda de armamentos, la teocracia ha mostrado una negligencia culpable para preparar a Irán y a su pueblo por la probabilidad de un serio terremoto en los próximos años y que Estados Unidos puede compartir sus conocimientos sismológicas aquí y ahora.

Hay, en otras palabras, varias opciones y etapas entre los opuestos polares de la confrontación con Irán y la pasividad muda frente al desafío clerical a la ley internacional. Pero el tiempo en el cual este “espacio” puede ser empleado está disminuyendo. Y debe ser claramente declarado y entendido que si finalmente sucede una confrontación, no habrá sido causada por Obama.

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* Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, su ironía y su agudeza intelectual. (Traducción de Mario Szichman).

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