El reciente Plan Decenal de Cultura de Bogotá reconoce el patrimonio arquitectónico y urbanístico como problema exclusivamente de la cultura, desandando así los avances frente a su consideración como un complejo problema urbano y territorial.
Este Plan —formulado por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte— carece de un diagnóstico sólido que dé cuenta de las problemáticas del patrimonio inmueble, en el contexto de las dinámicas urbanas y territoriales de la Bogotá de hoy. No existen cifras que indiquen cuál es su magnitud y estado de conservación. Ni mapas que muestren dónde y cómo se localiza y cuál es su relación con las actividades urbanas. El Plan no parece comprender que uno de los problemas gruesos que afronta este patrimonio es justamente la especulación con el suelo urbano. Sin una interpretación global del funcionamiento del patrimonio inmueble en el territorio, es decir, a ciegas, es imposible producir un plan sectorial que incida de verdad en su conservación, sostenibilidad y disfrute.
Las visiones meramente culturalistas del patrimonio inmueble, propias del Plan, fueron superadas en Europa desde los años 60 del siglo pasado. La recuperación del centro histórico de Bolonia, a finales de la década del 70, constituye un claro punto de quiebre en la manera de asumir este patrimonio. En América Latina, los proyectos de centros históricos de la década del 80 en adelante, muy influenciados por el proceso boloñés, han probado que el tema tiene profundas conexiones con las dinámicas urbanas y problemáticas socioeconómicas de la ciudad.
Los fenómenos actuales de la ciudad —policentralización, metropolización, periurbanización, gentrificación— cambian la escala de comprensión e intervención en el patrimonio inmueble y multiplican las dimensiones de su complejidad. Esta situación demanda nuevos instrumentos de análisis y acción, que poco tienen que ver con lo estrictamente cultural y sí mucho con nuevas perspectivas de la planeación urbana y regional que incluyan la cultura.
En consecuencia, en lo que al patrimonio inmueble se refiere, las formulaciones del Plan son apenas un catálogo de buenas intenciones. O peor aún, se trata de un sorprendente retroceso frente a los lineamientos de política pública producidos por el mismo Distrito, en el año 2005.
No queda más que confiar en que la nueva administración de la ciudad redefina la agenda para el patrimonio arquitectónico y urbanístico, por fuera del Plan Decenal de Cultura. Y le otorgue a éste un proyecto urbano-territorial más cercano a la vivienda, al espacio público, a la movilidad, a la gestión urbanística y sobre todo a la rehabilitación urbana y social.
María Eugenia Martínez