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Mea culpa, Salud Hernández, por no atender un cobro que considero injusto e indebido. También mea culpa por pedirle a un abogado que defienda mis intereses, como suele ocurrir cuando surgen desacuerdos en la ejecución de un contrato entre particulares. Tal vez deba, igualmente, presentar mis disculpas a la revista Semana por haber abandonado la columna que publicaba los miércoles, sin previo aviso ni explicación alguna.
Vengo de Madrid (España), de participar en un encuentro muy singular y significativo de líderes católicos de 18 países, una parte importante de ellos, de partidos de pensamiento que, a la voz del siglo pasado, serían considerados de derecha. El subtítulo del certamen fue “una cultura de encuentro en la vida política para el servicio de nuestros pueblos”. De Colombia también participaron el exprocurador Fernando Carrillo y el senador Gabriel Velasco.
Entre los objetivos estaba el análisis de la reciente encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti (hermanos, todos), en aras de encontrar en nuestra común humanidad y en la búsqueda del bien común las razones para superar el enfrentamiento y la polarización que prevalecen no solo en Colombia, sino en muchos, si no en la mayoría, de nuestros países.
Mientras la gente sufre por las consecuencias de políticas económicas que no han cumplido su promesa de prosperidad compartida y a causa de la profundización de las crisis social, económica y ambiental por la pandemia, algunos que ocupan posiciones de responsabilidad en la sociedad parecieran desconectados de la realidad del sufrimiento de los más desvalidos; ocupados en peleas de odios, en la destrucción del otro, de su reputación o de su capacidad de respuesta ante las necesidades reales de las gentes.
Mis colegas colombianos en el encuentro pueden dar fe de la gran comunidad que compartimos. Como lo expresó un colega de Portugal: “Nunca olvidaremos que somos de verdad Fratelli tutti, y como siempre se nos recordó: nunca olvidemos a los pobres, a los más pobres”.
Esta encíclica encierra muchas lecciones para “la buena política”. Comparto una de ellas: “Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias… Esto implica el habito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestión de un pacto social… Detrás del rechazo de determinadas formas visibles de violencia se suele esconder otra violencia más solapada: la de quienes desprecian al diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún modo los propios intereses. (217 y 218)”.
En lo personal, viví una catarsis. Las experiencias de tantos amigos asesinados, de los ataques por pensar distinto, del exilio, habían envenenado mi alma. En la velada final en que compartimos dulces de nuestras tierras, canciones y vivencias, se drenó el odio que ocupaba mi corazón y lo reemplazó el amor en un profundo deseo de perdón y de perdonar. Ya no me cuesta decir mea culpa y mucho menos reemplazar lo que nos separa por lo que nos une. Me reafirmo: necesitamos un Pacto Histórico al servicio del bien común.
