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Al fin qué, ¿libertad de prensa o censura?

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Claudia Morales
12 de diciembre de 2014 - 04:08 a. m.
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“Una prensa libre puede ser buena, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”. La frase es de Albert Camus y me ha puesto a pensar si eso es justamente lo que tenemos en Colombia: una prensa mala.

Planteo la reflexión diciendo de antemano que admiro a los periodistas que no se dejan manosear, que no reciben dádivas de ninguna fuente y que luchan por las verdades incómodas. Sí, hay colegas así. Pero esos, muchas veces, no pueden luchar contra el poder aplastante de algunos dueños de unos medios ni de esos directores entronizados por décadas en sus cargos y cebados por intereses particulares.

A través de los años hemos luchado por la libertad de prensa, vemos cómo amenazan y matan colegas, nos adjudicamos el derecho de darle palo al mundo, pero cuidado critican a algunos periodistas; no, eso no se puede porque creen que son una especie con inmunidad; y que ni se nos ocurra armar una historia contra algún político, empresario o contratista de esos ‘divinamente’, porque, ¿sabe qué? lo mejor es autocensurarse. Sí, hay medios donde eso ocurre y periodistas que se autocensuran porque no tienen más opción.

Le pregunté al maestro Miguel Ángel Bastenier, profesor de la escuela de El País de España, cómo le parecía el hecho de que algunos medios reclamaran libertad de prensa y al mismo tiempo practicaran la censura, y me contestó, es “la hipocresía natural del ser humano”. Entonces quise saber qué opinaba sobre esos medios que piden la renuncia a sus periodistas cuando no escriben lo que es de su gusto editorial. Y Bastenier me dijo, “en teoría, el mercado, el lector, debería sancionar a esa publicación, pero en países como los latinoamericanos donde los índices de lectura de prensa son muy bajos el efecto es casi imperceptible. Hace falta una vigorosa opinión pública para que el efecto-lector se haga sentir”. La respuesta de Bastenier, creo, podría aplicarse para la radio, la televisión y los medios virtuales.

Y los periodistas rasos que están ahí, más allá de si hay o no sanción social contra el medio, ¿qué? Algunos me han respondido, cuando ocurren los casos de censura, que prefieren callarse y que es tremendo hacer periodismo en esas condiciones pero que necesitan el puesto. ¿Quién puede juzgar eso?

¿Qué les decimos entonces a esos colegas valientes pero temerosos a la vez? Para Bastenier, “lo ideal sería que toda una redacción se alzara contra esas prácticas”, pero todos sabemos que eso es utópico y a nadie se le puede pedir que ponga en peligro su medio de vida. Yo no sé con exactitud qué aconsejar. Aunque tal vez pueda dar una idea a partir de algo que sentenció alguien muy cercano: “ser una periodista políticamente incorrecta es fascinante. Pero debes saber que por eso nunca te dejarán llegar a un cargo de dirección y cada vez te cerrarán más puertas”. De golpe si lo vemos así de claro y tenemos algo de suerte, como la he tenido, porque no me han sacado de ninguna parte a pesar de romperle los huesos al establecimiento, podemos seguir autocriticándonos y mirando con lupa a nuestros colegas y medios, y también sacar pecho de verdad por nuestra libertad y de paso neutralizar esa mala prensa de la que habló Camus. ¿O será que algún aludido decide también pedir mi cabeza? 

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