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El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sancionó este mes una ley que prohíbe el uso de teléfonos celulares en las escuelas públicas y privadas (durante las clases y en los recreos).
Un fragmento de la ley señala que esta medida se implementa para “salvaguardar la salud mental, física y psíquica de los niños y adolescentes”, y obliga a las escuelas a crear estrategias para abordar los problemas en la salud mental asociados al uso de estos dispositivos que sólo podrán usarse para fines pedagógicos o por causas de accesibilidad.
Lo interesante de la medida es que se estudió y debatió con expertos en tecnología, psicólogos, psiquiatras, pedagogos, políticos del Congreso y del Gobierno y contó con más del 80% de aprobación de los padres de familia del país.
El ministro de Educación brasilero, Eduardo Santana, argumentó que “las experiencias en el mundo entero han mostrado el perjuicio en un déficit de atención por el uso de aparatos celulares dentro de las aulas”, y añadió que “el celular acabó con la socialización de las personas”.
Además de Brasil, también han optado por esta medida países como Inglaterra, Italia, Francia, Australia, Noruega, China, Israel, Ghana, Ruanda y Uganda, entre otros.
En 2023, la Unesco publicó el Informe de seguimiento de la educación en el mundo: tecnología en la educación: ¿Una herramienta en los términos de quién?, que concluye que “algunas tecnologías pueden apoyar cierto aprendizaje en algunos contextos, pero no cuando se usan en exceso o de manera inapropiada”.
El profesor y psicólogo social, Jonathan Haidt, concluye en su más reciente libro, La generación ansiosa, que las generaciones “que están creciendo alejadas de las interacciones que mantienen en el mundo real las pequeñas comunidades en que evolucionaron los seres humanos” conducen a un concepto que él llama “la gran reconfiguración de la infancia”. Esto tiene que ver con los cambios en las tecnologías que moldean el tiempo y el cerebro de los niños, y “la bienintencionada y catastrófica tendencia a sobreprotegerlos y coartar su autonomía en el mundo real”.
Según Haidt, las cuatro consecuencias de lo anterior son: “Privación social, falta de sueño, fragmentación de la atención y adicción”. El doctor Haidt no concentra su investigación en los colegios; sin embargo, sí recomienda la prohibición del uso de los celulares y relojes inteligentes en esos espacios.
En Colombia existe la Ley 2170 de 2021, “por medio de la cual se dictan disposiciones frente al uso de herramientas tecnológicas en los establecimientos educativos”, pero no se ha implementado con verificación ni disciplina. Entre tanto, 27 instituciones que conforman la Unión de Colegios Internacionales de Bogotá (Uncoli) decidieron el año pasado que restringirán en gran parte de la jornada escolar el uso de celulares y relojes inteligentes por parte de sus alumnos. Otros colegios privados, individualmente, también han implementado medidas iguales.
Es muy importante que se prohíba el uso de celulares en los colegios, lo cual debería ponerse en marcha con rigurosidad en nuestro país y con la claridad de que esa determinación alivia unos problemas sólo en un entorno específico.
El asunto es que, si en los hogares no existe una conciencia real sobre los efectos sociales negativos de esos aparatos, la salud física y mental de los menores de edad seguirá en detrimento. Ante esa realidad, todos nosotros somos responsables. Las dos preguntas para la reflexión son: ¿qué estamos esperando para poner límites? ¿Por qué, ante tanta evidencia del daño que está provocando el mal uso de los celulares, tabletas, etc., seguimos mirando para otro lado?
