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Cambio climático, cambio mental

Claudia Morales

10 de agosto de 2023 - 09:05 p. m.

Paul Krugman, economista estadounidense y colaborador del periódico The New York Times, tituló su columna del pasado 7 de agosto: “Climate is now a culture war issue”, algo así como: “El clima es ahora un problema de guerra cultural”, y se trata de un texto en el que llama la atención sobre las consecuencias que ha tenido para el planeta Tierra el negacionismo del cambio climático y lo que hay detrás de esa ideología.

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“Profundice en los antecedentes de un investigador que desafía el consenso científico, un grupo de expertos que intenta bloquear la acción climática o un político que declara que el cambio climático es un engaño y casi siempre encontrará un importante respaldo financiero de la industria de los combustibles fósiles”, señala Krugman.

Y agrega: “Es cierto que la codicia sigue siendo un factor importante en el antiambientalismo. Pero la negación climática también se ha convertido en un frente en las guerras culturales con derechistas que rechazan la ciencia, en parte porque no les gusta la ciencia en general, y se oponen a la acción contra las emisiones por oposición visceral a cualquier cosa que apoyen los liberales”.

El columnista acierta. La destrucción del planeta está asociada a odios políticos e intereses económicos y esa realidad ensombrece el camino para decidir si la extrema derecha en la política quiere seguir evadiendo el peligro de las emisiones de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono y metano) o si al fin quienes tienen el timonel del mundo logran consensos para reducir esas emisiones.

Mientras los políticos de aquí y de allá se ponen de acuerdo, los habitantes de la Tierra siguen siendo testigos de lo que ocurre cada año con estaciones como el verano y el invierno que rompen récords de temperaturas y que tienen como consecuencia la muerte de seres humanos, de la fauna y de la flora. Para dar un ejemplo, de acuerdo con el informe del Instituto de Salud Carlos III, “las altas temperaturas registradas en España en 2022 fueron responsables de 5.876 muertes —más del 17 % de las defunciones imprevistas—”.

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El anterior informe es citado en el artículo “Las ciudades se derriten con las olas de calor, ¿qué puede hacer el urbanismo para evitarlo?”, publicado en El País de España el pasado 4 de agosto y que concluye que “las ciudades no están preparadas para el reto climático”. Eso se puede resolver y para que ocurra es imprescindible tener políticas públicas inteligentes, empresarios conscientes de las ciudades que están construyendo y ciudadanos informados y sensibles capaces de reclamar y comprar viviendas dignas y acordes con las necesidades que plantea esta agresividad climática resultado de las acciones e inacciones humanas.

Y aquí está otra verdad. Los ciudadanos, la mayoría inmersos en su supervivencia, millones viviendo en cordones de miseria, algunos volteando la cara al problema, otros abusando del planeta con dolo, ¿qué tanto pueden incidir en el cambio que le urge a la Tierra? Mucho y ese mucho empieza con un cambio mental jalonado por líderes que se destaquen por la generosidad del pensamiento y no por la mezquindad del sistema.

Ese “mucho” también tiene relación con un cambio mental individual, en el hogar, en los colegios, las universidades, los entornos de trabajo y en los barrios; con la curiosidad por leer y entender del tema, y con reconocer que los humanos son solo un eslabón (el más destructor) de un ecosistema que bien podría subsistir sin ellos.

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Hace tres millones de años no se veían los indicadores que hoy muestra el planeta en términos de temperaturas y niveles de CO2. Ciudadanos del mundo, hagamos algo.

* Periodista, @ClaMoralesM

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