Desde las redes sociales se han replicado hashtags sobre la paz y el fin de la guerra; cientos de personas se han emocionado hasta el llanto, y el espíritu de muchos se siente menos pesado.
En otra orilla está una mayoría apabullada, desesperada y llena de odio. Y en la mitad, estamos los que entendemos que se da un paso importante para la historia pero preferimos actuar con cautela y seguir expresando las dudas.
No es menor el reto de sentarse a negociar con una guerrilla que se transformó en un grupo criminal y que ha sostenido sus rentas con la ilegalidad de la minería, el narcotráfico, el tráfico de armas, la extorsión y el secuestro. Y también es muy fácil echarles la culpa de todos los males a los alzados en armas intentando ignorar que la guerra también tiene el combustible de la corrupción, la injusticia, el hambre y la intolerancia.
Es en ese sentido que entendí las declaraciones del alcalde de Cali, Maurice Armitage, cuando dijo que las Farc deben pedir perdón pero nosotros también, y las reacciones que eso provocó en parte son la motivación de esta columna. Es que nos encanta exigir a los madrazos, marginarnos de las responsabilidades y los deberes que tenemos como ciudadanos, y hablar de culpas como si todos fuéramos ajenos a las desgracias que en tantos casos fueron provocadas por indolencia, por votar mal, por aplicar la ley del más vivo, porque es normal pagar coimas, porque el más rico tiene más posibilidades, porque es paisaje ver morir de hambre o en las puertas de los hospitales a niños y viejitos, y porque está bien que los pobres vivan miserablemente.
Los acuerdos del fin del conflicto anunciados en el momento que escribo este texto y los definitivos que conoceremos el próximo semestre no acabarán con ninguno de los componentes antes mencionados. Por eso invito a varias reflexiones más allá del marco de lo que pase con las Farc y a pensar como individuos que componemos una sociedad: ¿Qué tan conscientes somos del impacto que tiene nuestra manera de votar? ¿Somos capaces de respetar la opinión del otro? ¿Podemos responder con argumentos y no con gritos e insultos? ¿Qué tan dispuestos estamos a perdonar? ¿Tenemos claro el beneficio de pensar en los demás? ¿Qué tan indolentes somos frente a las distintas y crudas realidades del país?
A las Farc les tengo infinita desconfianza, y miedo también; a este gobierno le he criticado tantas mentiras y desaciertos y tengo y tendré varias preguntas sobre la implementación de lo que prometen bajo la figura del posconflicto. No creo que la paz se firme en Cuba, tampoco creo que la guerra termine con los acuerdos, sí reconozco que será histórico que una porción importante de esa guerrilla se desmovilice y que es significativo que muchos fusiles se silencien.
Exijo como ciudadana verdad, reparación y garantía de no repetición, y quiero pensar que el Estado será capaz de llenar esos espacios donde la ilegalidad es la ley y que la clase política y la sociedad, toda, será capaz de vigilar, proponer y ayudar a que la imperfección de un proceso no termine en la muerte de sus posibilidades. Quiero incorporar el verbo creer en mi día a día y soñar con que a la par con el desarme de las Farc, también vendrá el desarme de palabras y actitudes. Sólo así será posible vislumbrar la paz y hacer realidad el fin de la guerra.
@ClaMoralesM
* Subdirectora de La Luciérnaga