RUANDA. “Cucarachas”, le decían desde los medios de comunicación del Estado a los tutsi, la minoría étnica que al final de los años 50 y principio de los 60 representaba el 15 % de la población de Ruanda.
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Los diarios oficialistas y la RTML (Radio Televisión Libre de las Mil Colinas) circularon propaganda y discursos de odio en contra de ese grupo social. Quienes crearon esas formas de comunicar y odiar fueron los hutu, la otra etnia ruandesa que tomó el poder del país en 1961 y que llamó “labor de patria” el exterminio de los tutsi.
A lo que esto condujo en 1994 fue a un genocidio cometido por las fuerzas de los hutu y por la población que fue armada con machetes. Los organismos internacionales reportaron el asesinato de un millón de tutsi y hutu moderados.
ALEMANIA NAZI. “Extranjeros”, “parásitos”, “degenerados”, “comunistas”, “pulgosos”, “alimañas”, fueron, entre muchos, los términos del discurso de odio que el canciller alemán Adolfo Hitler y su combo nazi militar y civil, usaron contra los judíos hasta cometer un genocidio que cobró seis millones de vidas. Los gitanos, homosexuales, personas con discapacidad física y mental, negros, entre otros, también fueron objetivo de Hitler que, aun antes de llegar al poder, tenía una enfermiza obsesión por la “raza maestra aria”.
Panfletos, cine, radio y foros sirvieron como plataforma para expandir el odio en una Alemania que antes de la llegada de Hitler tenía 4.700 periódicos que operaban libremente y que en su mayoría fueron cerrados por la censura y la Ley de Redacción que establecía que todos los editores debían ser “arios”. Los que no, salían de patitas a la calle.
En los contextos señalados no había redes sociales. Hoy sí, lo que significa que el discurso de odio se amplifica de forma inmediata y sin control y conduce los comportamientos más espantosos hacia unos extremos insospechados, causando más violencia y muerte. Lo vimos en octubre de 2023 con el secuestro de 251 ciudadanos israelitas cometido por los terroristas de Hamas, lo vemos todos los días con el exterminio del gobierno de Israel contra el pueblo de Gaza y también en la guerra Rusia-Ucrania, sólo por dejar unos pocos casos de conflictos tremendamente mediáticos.
También están los discursos de odio de presidentes en ejercicio, como por ejemplo Milei en Argentina, Trump en Estados Unidos, Maduro en Venezuela y Petro en Colombia. Y, en paralelo, los discursos de odio de representantes de la oposición en cada uno de esos países, periodistas y gente común que encuentra en el espacio de las redes sociales la oportunidad para demostrar su pequeñez, su ignorancia y toda ausencia de humanidad.
Pongan en Google “discurso de odio Milei”, y así con cada uno de los personajes citados, y tendrán un abanico de frases y calificativos con los que podría hacerse un diccionario de lo que nadie debe decir y menos si se trata de un jefe de Estado, la figura más importante en un país y quien debería tener como prioridad la unión de sus ciudadanos. A cambio de eso, la ausencia de grandeza es la característica de los mencionados.
La ONU define el discurso de odio como “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, –o también comportamiento–, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”.
Justificar, alentar o negar el discurso de odio está creando sociedades sin criterio y más violentas en las que intentos de asesinatos y crímenes de toda índole no abrirán caminos para incorporar en la cotidianidad comportamientos más sabios y pacíficos. ¿Es este el mundo que queremos?
*Periodista-Directora Feria del Libro Pereira
