En la China de principios del siglo XX, existió un niño llamado Aisin-Gioro Puyi quien a los tres años de edad fue ungido como el duodécimo emperador de la dinastía Qing.
Cuenta un relato de BBC publicado el pasado 11 de septiembre, titulado “La excepcional vida de Puyi, el último emperador de China que terminó siendo jardinero”, que el niño creció “aislado del mundo exterior, separado de su familia… pero siguió siendo tratado como una divinidad, a quien nadie podía contrariar incluso cuando se comportaba, según él mismo contaría luego, de una manera nefasta”.
En sus memorias, Puyi confesó: “Mi crueldad y amor por ejercer el poder ya estaban demasiado firmes para que la persuasión tuviera algún efecto”, siendo estas palabras la confirmación de lo que había advertido en 1919 Reginald Johnston, su tutor. Lo que pensaba Johnston, de acuerdo con la investigación de BBC, era que el joven emperador terminaría siendo malcriado como resultado de “la influencia de las hordas de eunucos y otros funcionarios inútiles que actualmente son casi sus únicos acompañantes”.
La gran mayoría de los súbditos odiaban a Puyi, quien vivía “prisionero en su palacio, sin mucho más que hacer que firmar decretos aprobados por los japoneses”. Eso ocurrió cuando el pequeño hombre tenía 19 años y los japoneses decidieron usarlo como el emperador de un Estado títere creado con intereses políticos.
El 13 de septiembre, dos días después de la publicación a la que hago referencia, conocimos que Iván Duque mandó hacer 1.409 recordatorios con forma de moneda, elaborados en bronce y recubiertos en oro de 24 quilates. El contrato costó $41’917.000, suma que representa muy poco si pensamos, por ejemplo, en los descarados hechos de corrupción diarios que son titulares de la prensa.
Sin embargo, con todo y lo “austeros” que fueron, como lo argumentaron desde la Presidencia de la República, no pude dejar de pensar en Puyi el emperador, en Duque el presidente y en la pleitesía exigida a su alrededor. El chino conseguía seguridad frente a su carácter pusilánime con sus tesoros Qing y el colombiano lo hace con unas monedas que llevan su firma. No tiene más.
En su autobiografía De emperador a ciudadano, Puyi se reconoció como un “explotador y un parásito”, y en parte gracias a ese examen de conciencia luego fue recordado como un personaje memorable. ¿Cómo se mirará Duque al espejo en unos años? ¿Pensaremos en él, algún día, como un ser glorioso?
A Duque le cayó el título de presidente cuando tenía 42 años, pero a veces parece tener la edad de Puyi cuando lo volvieron emperador. “Mientras Puyi era instruido para su rol y jugaba rodeado de privilegios que incluían el extremo de ser dueño de otras personas, se fue fraguando una revolución contra el poder de su dinastía”, señala BBC.
Duque no es para nadie la divinidad que fue Puyi en sus primeros años y en cambio sí agarró las mañas de los seres crueles y los caprichos de los aferrados al poder. Como le pasó a Puyi, era evidente que su dinastía se desmoronaría: lo vemos en Colombia con los integrantes del Centro Democrático que reniegan de Duque porque no obedece al pie de la letra sus antojos. Aunque, bueno, el emperador colombiano también consiente a su mentor y al séquito de este cuando mira para otro lado con la Ley de Garantías y el Acuerdo de Escazú, y miente ante el mundo sistemáticamente sobre el proceso de paz.
¿Queremos ser como los eunucos de Puyi? ¿Cuánto más puede comprar nuestro emperador con sus monedas de juguete? ¿Nos rebelamos o nos seguimos comportando como súbditos? Vienen elecciones… ¿Queremos más duques?
* Periodista.