Al Hay Festival Cartagena fueron invitadas dos representantes del feminismo: Chimamanda Ngozi Adichie, novelista y activista nigeriana, y Shirin Ebadi, abogada iraní, defensora de las víctimas del régimen opresor de su país, premio Nobel de Paz en 2003.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Chimamanda fue a cada encuentro con unas pintas geniales. Lució su pelo negro trenzado adelante y atrás alborotado. Usó tacones de colores, sus uñas estaban largas y bien cuidadas; el maquillaje, perfecto. Para ella la moda tiene un lenguaje político, sabe que brillar es un acto de rebeldía. Me encantó.
Shirin Ebadi llegó a la conferencia en el Centro de Convenciones con un pantalón negro y una blusa igual sobre la que tenía un kimono de flores de colores. Sus zapatos negros parecían de colegiala, tenía el pelo corto y peinado de forma corriente y no estaba muy preocupada por su maquillaje. Me fascinó.
¿Son Chimamanda y Shirin menos o más por la forma como escogen su ropa? ¿Se les juzga por cómo se arreglan? Chimamanda siempre habla de cómo las mujeres de Nigeria y del mundo son discriminadas de muchas formas, y pelea por ellas. Shirin fue torturada y obligada al exilio, cuenta que las mujeres son las que lograrán la transformación de su país y da una lucha a muerte por eso. Son primeras damas de sí mismas y de todas las demás mujeres. No discriminan por antipatías, no se burlan de otras porque no comparten sus gustos, saben que ser feminista debería responder a una naturaleza sana y no a simpatías o a una moda.
Uso esos dos referentes femeninos para aterrizar en nuestra realidad. María Juliana Ruiz es la esposa del presidente Iván Duque y por ende tiene el odioso título de primera dama de la República. A quienes le reclaman como si fuera una funcionaria, les recuerdo que ese no es un cargo de elección popular, no es remunerado y no tiene obligaciones de Estado. Según la Corte Constitucional, puede trabajar en su profesión mientras no sea un cargo nombrado directamente por el presidente o, bueno, podría dedicarse al cuidado de sus hijos pequeños, lo cual también sería extraordinario.
Y por cuenta de un vestido ha sido víctima de un matoneo atroz que muchas y muchos escudan en crítica y humor. “El cerdo sí supo cómo escoger una cerda vestida de menta”, “una buena para nada vestida de foamy”, “gorda insignificante”, “qué vergüenza de mujer”, “qué más se podía esperar de la esposa de un títere”. ¿Esto es justo? Así es como se tuercen los más duros logros por la igualdad y el respeto.
Chévere ser feminista cuando la víctima me agrada y ser una canalla cuando puedo usarla como una suerte de venganza, ¿cierto? Y esto va de extremo a extremo: “petristas con pinta de putas”, una periodista injuriada como “activista política de las Farc” y mil ejemplos más que reciben como respuesta silencios selectivos.
Iván Duque, su Gobierno y el partido que lo representa me parecen deplorables y sin embargo alzo la voz porque a la señora Ruiz sí la usaron como objeto de humillación. Critiquen, usen argumentos, denle rienda al humor y sean creativos, defiendo esa libertad, pero entre eso y la bajeza hay una línea bien trazada. No puede ser mi tarea silenciarme ante mujeres y hombres cretinos por congraciarme con los enemigos del Gobierno o por temor a ciertas feministas que me llamaron ignorante por declarar antes estas ideas en Twitter.
Desearía que Chimamanda y Shirin vieran cómo destruyeron a la primera dama por un vestido. Intuyo sus respuestas y no podría sentir más que vergüenza por cómo nos desfiguramos como sociedad.
*Periodista.