Las marchas de protesta que empezaron el 21 de noviembre, esas en las que participamos los “pirómanos” (como nos llamó el presidente Duque), trajeron al debate un asunto que usualmente aviva los ánimos y no llega a ninguna idea sensata ni racionalmente concluyente: el papel de la fuerza pública.
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Las marchas de protesta que empezaron el 21 de noviembre, esas en las que participamos los “pirómanos” (como nos llamó el presidente Duque), trajeron al debate un asunto que usualmente aviva los ánimos y no llega a ninguna idea sensata ni racionalmente concluyente: el papel de la fuerza pública.
Dejo constancia de mi cercanía con miembros de las Fuerzas Militares y de Policía por razones familiares, con lo cual no escribo desde una orilla ignorante sino desde un hondo conocimiento que, además, se ha profundizado con los años por mi trabajo como reportera en distintos lugares del país.
“Héroes” suelen llamar a los uniformados. La vicepresidenta Ramírez nos dijo que ellos son “el eje de nuestra democracia”, cuando lo democrático sería decir que somos los ciudadanos, y, paralelamente, Duque les agradeció a los policías por su “entrega y sacrificio”.
Del manoseo político a las fuerzas, los invito a volar al triángulo de Telembí, en Nariño, compuesto por los municipios de Roberto Payán, Magüí Payán y Barbacoas. Digo volar como una metáfora, porque salvo que uno vaya en un helicóptero militar o policial, como fue mi caso, no hay forma de llegar en avión. No hay carreteras, los pobladores se mueven en lancha y desde Tumaco, por ejemplo, el recorrido a Barbacoas puede durar hasta diez horas. Pues bien, en cada municipio hay un puesto de policía con sus correspondientes dolientes y, ¿saben qué?, están en las mismas o peores condiciones que la comunidad que ellos protegen.
Los policías son, de hecho, la única presencia estatal en esa región. Con ese dato les doy una idea del infinito olvido por parte del Estado y del resto de la sociedad. Los policías, al igual que los casi 80.000 habitantes de la zona, deben lidiar con la falta de servicios públicos, la precariedad del sistema de salud, la ausencia de las mínimas condiciones de seguridad, la contaminación de los ríos, las inundaciones durante el invierno, las enfermedades, y tienen la responsabilidad de proteger a los ciudadanos de los Urabeños y el Eln que allí hacen la guerra por el territorio a través de la minería ilegal, el narcotráfico y el tráfico de armas. Por si fuera poco, el gobernador de Nariño, Camilo Romero, me confirmó para esta columna el desplazamiento por la violencia de 700 habitantes de la zona.
Mi colega Gustavo Gómez nos recordó en su columna en El País de Cali el número de policías muertos este año en distintos hechos violentos. A mí me duelen esas cifras y también la certeza de saber que a esos hombres y mujeres solo los sufren sus seres amados. Los políticos que los llaman “héroes” jamás pondrán a un hijo suyo a salir al monte con un uniforme y nunca sabrán rezar ni dos nombres seguidos de los policías muertos.
Hipócritas y manipuladores los políticos que se rasgan las vestiduras pidiendo respeto por la fuerza pública cuando el territorio nacional tiene evidencias del abandono que sus hombres padecen. Telembí es solo un ejemplo que representa un todo. Respetuosos de la Constitución, los uniformados tienen que dejarse sobar el hombro y es justamente de eso de lo que sacan rédito quienes les ensalzan el oído.
Los policías, queridos lectores, surgen de esa población que alza la voz por las injusticias sufridas. Muchos de ellos están cansados de la guerra y lo tienen que callar. Se trata del mismo silencio que guardan ante las condiciones deplorables que muchos deben padecer.
Por eso, los “pirómanos” marchantes seguimos en pie. Por ellos también.
* Periodista.