Las olas de calor este verano, que han batido récords históricos de temperatura en algunos países de Europa, y la ola polar en Argentina, que dejó el quinto otoño más frío de los últimos 62 años, según datos del Servicio Meteorológico de ese país, son otra muestra de las consecuencias del cambio climático.
A esta situación se suma un dato de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos –NOAA, por sus siglas en inglés– en relación con el calentamiento del mar Mediterráneo: sus aguas presentan “una temperatura superior a la habitual, con registros de hasta 26,01 grados en la cuenca occidental, lo que refuerza los extremos térmicos del aire”. Según el monitoreo de la NOAA, “el fenómeno ya alcanza el nivel dos a tres sobre cinco en la escala de olas de calor marinas”. Lo anterior hace que las noches sean más calientes, refuerza la humedad del ambiente y contribuye al agotamiento térmico prolongado en las regiones costeras. “También incrementa el riesgo de incendios forestales, ya que la vegetación seca se convierte en combustible altamente inflamable”, señala NOAA.
El resultado del cambio climático es que Europa se está calentando a un ritmo dos veces más rápido que el promedio mundial, con un aumento de la temperatura media de alrededor de 0.5°C por década, generando graves consecuencias para la salud humana, la fauna y la economía.
Explicación para dummies: somos los humanos los que usamos combustibles fósiles, talamos bosques y criamos ganado, tres prácticas que producen enormes cantidades de gases que se suman a los que se liberan de forma natural en la atmósfera, aumentando el efecto invernadero y el calentamiento global.
En paralelo, oímos y leemos cada tanto a líderes de la extrema derecha como Donald Trump, Vladimir Putin, Santiago Abascal y, en su momento, a Jair Bolsonaro, Boris Johnson y Matteo Salvini, entre otros, negando la responsabilidad de los seres humanos y despreciando las políticas públicas para mitigar los problemas ocasionados por los cambios del planeta Tierra. Otros políticos y partidos en el mundo no niegan el cambio climático y, sin embargo, hacen evidente su falta de compromiso con las medidas necesarias para combatirlo, defendiendo los combustibles fósiles y priorizando intereses económicos.
Entre tanto, los gobiernos que sí entienden lo que está pasando pareciera que no logran activar en la sociedad el sentido de pertenencia que nos correspondería tener para cuidar, defender y entender que la Tierra es nuestra casa y que no es una opción dejarla quemar o hundir. Hay excepciones como en los países escandinavos y el Reino Unido donde hay avances significativos en la producción de energías renovables y son permanentes las acciones gubernamentales y de los ciudadanos para lograr la mitigación y la adaptación al cambio climático.
No miremos con indiferencia. Pensemos en algunas medidas que cada uno de nosotros puede incorporar en la cotidianidad para cuidar el planeta: ahorrar energía, reducir el uso del carro, elegir vehículos de bajo consumo o eléctricos, reciclar, apoyar la agricultura sostenible, evitar el desperdicio de alimentos, optar por productos que no sean de plástico y plantar árboles.
El cambio climático exacerba las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, aumenta el riesgo de desnutrición y de enfermedades relacionadas con el calor. También altera la producción y los precios de los alimentos, provoca más desplazamientos de poblaciones por los incendios, las lluvias torrenciales, los ríos desbordados y el aumento del nivel del mar. Lo anterior produce impactos devastadores en sectores de la economía como la agricultura, el turismo y la infraestructura. Mejor dicho, la vida, en general, está en riesgo.
Ante las evidencias, más acción y menos ignorancia y arrogancia.
*Periodista-Directora Feria del Libro Pereira