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Es comprensible que haya días en los que nos sentimos condenados a contemplar cómo acaba el mundo “no con un estallido, sino con un quejido”, como dijo T.S. Eliot. No es inusual que los humanos vivan la sensación de angustia, miedo, impotencia y desesperanza.
Hay dos guerras activas en este momento, una entre Ucrania y Rusia y otra entre Hamás e Israel, hay hambre por las sequías, hay evidencias del resurgimiento de grupos extremistas y la violencia que ello conlleva, la pobreza mundial no cede, el calentamiento de la Tierra toma ventaja y a esta lista se puede agregar un largo etcétera de tragedias globales que directa e indirectamente sugieren una existencia sin mucho sentido.
Ante esas realidades, lo ideal es tomar distancia de lo inmediato, de la oscuridad de los titulares de la prensa, de los contenidos tóxicos de las redes sociales y de las personas intolerantes, para darle paso a tantos referentes que trabajan por una mejor sociedad y por un planeta más sano, que no son protagonistas a diario en los medios, pero sí que han logrado transformaciones inmensas y perdurables.
Un ejemplo es Jane Goodall, la etóloga y activista inglesa, quien ha dedicado 60 años de su vida, primero, a investigar el comportamiento de los chimpancés en estado salvaje, lo cual fue posible gracias a su inmersión en las selvas de Tanzania, y luego, a llevar a las comunidades del mundo un mensaje que está resumido en su más reciente publicación El libro de la esperanza, Una guía de supervivencia para tiempos difíciles, con coautoría del periodista Douglas Adams y publicado en 2022 por la editorial Océano.
Allí, la doctora en etología señala que las acciones de cada habitante humano del planeta “por más pequeñas que parezcan, marcarán una diferencia real. El efecto acumulado de miles de acciones éticas puede ayudar a salvar y conservar nuestro mundo para las generaciones futuras”.
A Goodall no le gusta que la definan como científica sino como naturalista: “Como naturalista debes tener empatía e intuición. Y amor. Tienes que estar preparada para ver una parvada de estorninos y maravillarte por la asombrosa agilidad de estas aves”. Mejor dicho, se trata de tener la capacidad de descubrir, no dar nada por sentado y asombrarse con aquello que parece común. Allí también reside el origen de la esperanza, esa fortaleza que tan profundamente sustenta Jane Goodall, y a la que le dio forma con estos componentes: el intelecto humano, la resiliencia de la naturaleza, el poder de la juventud y el indomable espíritu humano.
En el primer componente está, quizás, el secreto de la supervivencia porque son las acciones de los humanos las que están amenazando la salud del planeta. Lo que ha llevado al Homo sapiens a usar el intelecto de manera tan desacertada “es una mezcla de codicia, odio, miedo y ansias de poder”, afirma Goodall. La esperanza, entonces, se explica así: “Del mismo modo que somos la única especie capaz de hacer el mal de verdad, también creo que somos los únicos capaces de un genuino altruismo”.
Ese mensaje también es el que le ha dado vida a más de 25 oficinas del Instituto Jane Goodall, y al programa educativo Raíces y Brotes que, en más de 60 países, cuenta con cerca de un millón de integrantes de todas las edades y estratos sociales, que trabajan por la preservación de la naturaleza, y por el empoderamiento de las mujeres y los niños, niñas y adolescentes víctimas de la violencia y la pobreza.
Jane Goodall llegó esta semana a Colombia para celebrar los setenta años de Comfama, y nos deja una petición en su libro. “Por favor, por favor, ponte a la altura de este reto, inspira y ayuda a quienes te rodean, haz tu parte. Encuentra las razones para la esperanza y deja que te guíen hacia el futuro”. ¿Quién de ustedes se suma?
