El pasado mes de febrero, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) informó que la informalidad laboral afecta a 10,8 millones de personas en Colombia.
Dejo un minuto esa cifra para contarles que a los hombres y mujeres de mi época, en un porcentaje que es imposible medir, nos educaron para estudiar una carrera y conseguir un buen empleo. Una fórmula efectiva para encajar en el concepto de personas exitosas. En el mundo en el que crecí no nos hablaban de estudiar para crear empresa, y eso de ser independiente era visto como un asunto de vagos.
Cumplí la tarea: estudié una carrera, trabajé en buenos empleos, hice un posgrado y así completé 22 años como periodista en distintos medios de comunicación. El aprendizaje ganado fue invaluable y lo agradezco, y ahora que lo pienso bien entiendo por qué a veces es mejor mantener ese estatus de comodidad que da saber que mensualmente llega un sueldo fijo de esa empresa a la cual le entregaba mi vida.
Pero la comodidad también aburre y uno cree que ser emprendedor es relativamente fácil hasta que se da un totazo con la realidad del pequeño empresario. Esto me permite volver a las cifras del DANE para complementarlas con un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que sostiene que Colombia tiene la tasa de informalidad más alta del mundo: 61,3 %.
El tema lo explicó, en un artículo del 11 de julio de 2018 en El Tiempo, Stefano Farné, director del Observatorio de Mercado de Trabajo de la Universidad Externado de Colombia: “La gente poco productiva, entendida como la de bajos ingresos, no logra financiar los costos que se derivan de la formalización”. Debo agregar que las personas de ingresos de clase media, como es mi caso, también tenemos grandes dificultades para sacar adelante un negocio formal.
El Estado no ayuda. La banca, menos. Si usted está pensando en abrir un negocio, sepa que los bancos le van a decir que le prestan dinero sólo si puede certificar dos o tres años de funcionamiento. Para iniciar su emprendimiento, usted debe contar con créditos libres con tasas que lo revientan, o acudir a las cooperativas que entienden por qué llega a ellas y en esa medida saben cómo aprovecharse, o tener la suerte de lograr una buena bolsa de ahorros. En el peor de los casos, la gente acude a los macabros “gota a gota”.
Si su pequeño negocio pasa los topes establecidos por la DIAN y debe pasarse al régimen común, agárrese. Plata y más plata para el Estado que a su vez, repito, no retribuye nada. Cuente además con que su nombre natural queda afectado por el régimen de su empresa y eso, en vez de significar algo positivo, es lo contrario.
La informalidad existe por esas y otras razones, entre ellas que ningún gobierno se ha tomado en serio una reforma laboral. Adicionalmente, ¿saben qué hace la gente? Trampa. Sí, para no facturar IVA o para tercerizar contratos y no pagar salarios justos. La informalidad, además, tiene una base de trabajadores que no cotiza su seguridad social, con los problemas que eso crea, y los empleadores de muchos negocios que trabajan con informales no se ajustan a la ley que exige esos pagos de sus empleados.
Ser legal, estimados lectores, cuesta desvelos de angustia. Pero a la vez, y por eso me refiero a La odisea en el título, quizás sea tarea imperativa ponernos el ropaje de Ulises y creer que sí es posible llegar a un lugar seguro, como él con su Penélope en Ítaca. Luchar, no perder la esperanza, a pesar de que todo el sistema está en contra.
* Periodista.