Una imagen memorable: Rafael Nadal parado en la arcilla de la famosa pista Philippe Chatrier, la cancha principal del famoso Abierto de Tenis Roland Garros en París, llorando de emoción, mientras unas 15.000 personas lo aplaudían de pie.
Todos los asistentes en el estadio vestían con unas camisetas de color ladrillo que llevaba en el pecho la frase “Merci, Rafa” y que, igualmente emocionados, acompañaron un homenaje pocas veces visto y muy merecido, porque no hay otro como Nadal que haya ganado 14 Roland Garros, y no hay otro como él que haya conquistado, y de qué manera, el frío corazón de los franceses.
Veinte años atrás el tenista mallorquín, ahora con 38 años, pisó por primera vez esa cancha con las dudas que cualquier joven tiene y con unas ganas y una disciplina que lo llevó, no solo a ser el rey de ese torneo a lo largo de su carrera, sino a convertirse en una verdadera leyenda con 92 títulos en el tenis: 22 Grand Slam (incluidos los 14 Roland Garros), 36 Masters 1.000, 23 ATP 500, 10 ATP 250 y unos Juegos Olímpicos.
La ceremonia, que ocurrió el pasado domingo en París, tuvo su gran momento cuando aparecieron muy guapos y elegantes Roger Federer, Novak Djokovic y Andy Murray. La foto de ellos tres, junto con Rafa, quedó para la historia como la materialización visual de una era preciosa del tenis y en la que fuimos testigos de una rivalidad llevada con respeto y que, fuera de la cancha, se convirtió en una amistad perdurable.
Gran parte de su carrera, Nadal lidió con el síndrome de Müller-Weiss, una enfermedad degenerativa en el pie, y en 2023 tuvo una lesión en la cadera que lo mantuvo alejado de las canchas ese año. Aún con esas dolencias, compitió al máximo nivel hasta el 10 de octubre del año pasado, cuando anunció su retiro del tenis.
Esta minicrónica es una pequeña exaltación de la admiración que se ganó con los años Rafael Nadal y de los valores que hacen de una persona como él un buen ser humano. Valores que, sin duda, deberían ser la característica de los deportistas y de todo aquel —sin importar su oficio— que se convierte en el referente de distintas generaciones.
No es menor el sacrificio de un deportista de alto nivel: las largas ausencias de su hogar, el cuerpo llevado a límites insospechados con sus correspondientes consecuencias y la mente atribulada que tiene que convertirse en coraza. Y, a la par, la paciencia, la perseverancia, la decencia, la gratitud, el reconocimiento de los otros, la solidaridad y el llamado a la unión a pesar de las rivalidades.
Qué lindo sería si, por ejemplo, los niños, niñas y jóvenes buscaran inspiración en personajes como el tenista español para entender que el triunfo no llega de un día para otro y que, para construir una vida honrosa, se necesita de la familia, de una pareja serena y enfocada, de los fieles y buenos amigos, los colegas que nos retan a ser mejores y los maestros dedicados.
Parecerían vagas estas palabras si no fuera porque el presente está contaminado con la idea del éxito fácil como consecuencia de las distorsiones de la realidad que vemos en las redes sociales y porque hay unos referentes negativos que se las ingenian para volverse protagonistas y robarle el brillo a lo verdaderamente interesante.
Ojalá fueran muchos los que pudieran cerrar una carrera profesional con largos aplausos y con lágrimas por el gozo y la gratitud, y por tener la certeza de que el legado construido se puede convertir en leyenda.
Que valga esta columna para recordarle a los lectores que estamos rodeados de personajes excepcionales —que no son los que, generalmente, se roban los titulares del día— y que es en ellos en quienes debemos buscar la inspiración y la esperanza.
* Periodista y directora Feria del Libro Pereira.
