Las estadísticas sobre la guerra pasan esencialmente por el número de víctimas, daños a la infraestructura, la cantidad de minas antipersona y el dinero que gastan los gobiernos en el presupuesto de seguridad. Y hay algo a lo que le falta mayor relevancia en Colombia y en el mundo: la voz de las mujeres que han hecho la guerra y que han sido víctimas de ella.
En su libro “La guerra no tiene rostro de mujer”, con una profundidad que mezcla la ternura con la crudeza, Svetlana Alexiévich, dice: “En lo que narran las mujeres casi no hay lo que estamos acostumbrados a leer y escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O cómo son derrotados. Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. En esta guerra no hay héroes ni hazañas, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana”. Es también desolador saber que en los rincones del planeta, miles de mujeres sufren en silencio.
Belén Sanz, directora de ONU Mujeres en Colombia, se echó encima, con su equipo de trabajo, la tarea de concretar la II Cumbre Mujeres y Paz, motivada por su conocimiento en el terreno de la situación de las mujeres indígenas, afrocolombianas, campesinas y en situación de discapacidad, y aprovechando que un grupo importante de ellas logró con efectividad ser parte de la mesa de negociaciones en La Habana. Esa Cumbre mostró, con cerca de 1.000 mujeres que llegaron hasta Bogotá, qué es eso de ser mujer en medio del conflicto colombiano y cómo a pesar de ello le apuestan al fin de las Farc como actor armado.
Muchas tienen miedo, les asusta saber qué pasará ahora que esa guerrilla abandonará los territorios, sienten los pasos gigantes de las Bacrim, el Eln y otros grupos que aparecerán con un nombre nuevo y que no tienen más fin que perpetuar una guerra por el control territorial y de los negocios ilícitos. Esas mujeres viven en su piel el dolor de ser víctimas, de haber estado en las filas de algún grupo al margen de la ley y sienten también una angustia permanente porque las afectaciones sociales, familiares y comunitarias del conflicto están latentes.
El miedo es justificable. Lo contaron mujeres del mundo que compartieron su experiencia en otros conflictos: Miriam Coronel, quien lideró el equipo negociador filipino que puso fin a la guerra con el Frente Moro Islámico; Mónica McWilliams, negociadora y signataria del proceso de paz en Irlanda del Norte, y Morena Herrera, exguerrillera de El Salvador. Ellas admitieron la revolución de emociones en sus corazones frente al hecho de sentarse con su adversario y el temor que les producía la incertidumbre del cambio. Y el elemento común que declararon fue que a sus vidas llegó ese momento en que no pudieron más con el cansancio que produce la guerra y la convicción de que solo negociando era posible acabar el sufrimiento.
Coronel, McWilliams, Herrera, las mujeres colombianas y las de la Segunda Guerra Mundial protagonistas del libro de Alexiévich, aterrizan en un mismo deseo, el de vivir en paz. Y las une otra característica: su voz, esa que quiere ser oída y respetada, la que tiene colores y sonidos distintos y que a pesar de los horrores vividos, se ha vestido de blanco. Nuestra responsabilidad como sociedad, y la del Gobierno, es atender esa voz y hacerle ver que su apuesta sí valió la pena.
*Subdirectora de La Luciérnaga. @ClaMoralesM