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Al cierre de esta columna, once días llevaba la nueva guerra entre Israel e Irán a la que luego se sumó Estados Unidos. El presidente Donald Trump anunció un cese al fuego que, horas más tarde, se incumplió por parte de Israel. Trump regañó a Benjamín Netanyahu y, al parecer, el mundo entró en una estresante tregua.
Israel, EE. UU. e Irán fueron los protagonistas de estos días, mientras que está activo el exterminio en Gaza, la guerra entre Rusia y Ucrania, y siguen hace años otras guerras y conflictos entre ejércitos, terroristas e insurgentes que no atraen los titulares de la prensa, como en Somalia, la República Democrática del Congo, Sudan, Yemen, Myanmar, Burkina Faso y, sin ir tan lejos, un par de conflictos internos, eternos y sin salida con los narcos en México y Colombia.
Paréntesis: en Colombia lo que hay, llámese disidencias, ELN, Clan del Golfo o lo que sea, sólo tiene como fin el narcotráfico y sus derivados (armas ilegales, trata de personas, lavado de activos, contrabando, etc.).
Pero volvamos a Donald Trump y su idea de apoyar a Israel en los ataques contra Irán y, de paso, romper con un poco más de cuatro décadas del manejo inteligente que Estados Unidos le había dado a su relación con Teherán. ¿Cuál fue el pretexto? Según Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, y Trump, es que ese país está cerca de obtener la bomba atómica.
Los expertos del mundo en estos temas han advertido que Israel tiene muy desarrollado un programa de armas nucleares, aunque ninguna autoridad ha podido (o ha querido) probarlo. Y hay un dato importante: Israel nunca firmó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, como sí lo hicieron otros países como el propio Irán. ¿En qué beneficia esto a Israel? Pues en que no se somete a inspecciones de sus posibles instalaciones nucleares.
El asunto no es únicamente la decisión de bombardear a Irán, sino, uno, las formas, que para el caso de Trump es como si se tratara de un videojuego, y dos, las consecuencias imprevisibles para todos. Un ejemplo de esto nos lo dejan los dos primeros párrafos del análisis publicado por el corresponsal en Washington, D. C., de El País de España, Iker Seisdedos:
“Cuando el viernes (20 de junio) ya estaban listos para su despegue los 125 aviones cargados con, entre otros devastadores proyectiles, las 14 bombas de más de 13.000 kilos que Estados Unidos descargó el sábado sobre tres instalaciones nucleares en Irán, Donald Trump se hallaba dedicado a uno de sus pasatiempos predilectos, mezclar lo personal y lo político, en su refugio favorito para el verano: el club de golf del que es propietario en Bedminister (Nueva Jersey).
Jugó unos hoyos, agasajó con una cena para nuevos socios al magnate de inteligencia artificial Sam Altman y, sobre todo, disimuló sus verdaderas intenciones. Para entonces, la decisión llevaba dos días tomada, y la Operación Martillo de Medianoche, en marcha”.
Entre hoyo y hoyo, el presidente de una de las potencias del mundo rompía con la promesa de no meter a su país en guerras y, luego, Irán le decía que responderá con una operación de “graves consecuencias”. ¿Cuáles? Nadie sabe. ¿Le importa a Trump? Nadie sabe. ¿Se quedará tranquilo Irán y no actuará contra Estados Unidos (de cualquier forma, incluido el terrorismo) después del cese al fuego?
¿Qué motivó a Trump a unirse a Israel para atacar a Irán y ahora ordenar un cese al fuego? ¿Recuerdan cuando Bush acusó a Irak de tener armas de destrucción masiva y resultó ser una mentira? ¿Recuerdan la película Wag The Dog?
Esta columna podría escribirse sólo con preguntas que, seguro, nunca tendrán respuesta. Pero sí hay una certeza: los ciudadanos comunes estamos hastiados de los “ingenieros del caos”, como bien los llama el sociólogo y ensayista Giuliano da Empoli.
* Periodista/directora Feria del Libro Pereira.
