En la columna del pasado 10 de marzo que fue escrita en seguimiento de mi otra publicación del 24 de febrero, les pedí, amables lectores, ideas sobre el tema del suicidio en menores de edad, dada la insoportable sensación de impotencia y miedo que me produce y que seguro les produce a muchos de ustedes esa problemática.
Agradezco a quienes las leyeron y también a quienes escribieron comentarios en Twitter y en los espacios que tiene El Espectador al final de cada texto. Pensando en ustedes y en las preocupaciones que rondan mi cabeza, llegué al libro Morir antes del suicidio, escrito por Francisco Villar Cabeza, doctor en psicología y psicólogo clínico especialista en suicidio en la infancia y la adolescencia (Editorial Herder, 2022).
En esta tercera parte sobre el suicidio en niños, niñas y adolescentes haré énfasis, basada en el libro, en dos aspectos: el lenguaje y los mitos. ¿Por qué el lenguaje? Porque la sociedad está habituada a hacerles el quite a las palabras y a los debates sobre términos y temas que califican como dolorosos y/o vergonzosos. El suicidio encaja allí: los intentos de suicidio se vuelven historias invisibles y a los suicidios se les voltea la cara aunque sí aparezcan los registros. “Esas cosas no existen”, “esas cosas no pasan”, “esos son cuentos para llamar la atención”, solemos oír cuando ocurren situaciones alrededor del suicidio y, en vez de decir las palabras concretamente, se cambian por “cosas” o “cuentos”. Es como si al usar eufemismos fuera posible cambiar la realidad.
Lo anterior conduce al aislamiento de las potenciales víctimas y de su círculo cercano. “No hay relatos de familiares que conmuevan, ni hay ganas de escucharlos. Es una realidad demasiado cruda, que se esconde, y eso sitúa a la persona que sufre y a la familia en una posición de soledad. Se encuentran condenados a la clandestinidad, en la que se les mantiene con los mecanismos de la vergüenza, la culpa y el miedo al estigma”, señala el doctor Villar.
En consecuencia, una primera idea es usar el lenguaje franco. Si no entendemos qué ocurre, tampoco sabremos cómo ayudar. Este llamado y el que desarrollo en el punto siguiente es para los padres de familia, los profesores, los amigos, los profesionales de la salud y los responsables de la salud pública. “El incesante y persistente goteo de casos, año tras año, debería golpear cada vez de forma más estruendosa nuestras conciencias. En algún momento tendremos que pararnos a escuchar”, explica otro fragmento de Morir antes del suicidio.
Sobre los mitos del suicidio, nos dice el doctor Villar que cuestionarlos es un objetivo que nos concierne a todos. Si controvertimos las ideas erradas y arraigadas alrededor de quienes tienen el riesgo de un suicidio, tal vez así encontremos rutas efectivas de ayuda. Aquí algunos mitos expuestos en el libro: “Las personas que hablan del suicidio en realidad no lo cometen, el que de verdad lo quiere llevar a cabo no lo dice”; “el suicida está determinado a morir”; “la mejoría después de una crisis suicida significa que ya no existe el riesgo de suicidio”; “hablar del suicidio es una mala idea, se puede interpretar que se está incitando a la persona”; “el suicidio no se puede prevenir”; “una vez que alguien es suicida, siempre lo será”; “sólo las personas con trastornos mentales se suicidan”, y “sólo los psiquiatras y psicólogos pueden prevenir el suicidio”.
Mientras existan menores de edad que quieren morir, debemos pensar en lo que el doctor Villar llama “la vergüenza de la inacción ante una realidad tan cruel”. Sin el lenguaje adecuado y dejando que persistan los mitos, seguiremos siendo el reflejo de una sociedad incapaz e inmadura que, al final, abandona los problemas de nuestros niños, niñas y adolescentes.
* Periodista.