“Ante su evidente falta de gobernabilidad e incapacidad de persuasión a las fuerzas políticas diversas, el mandatario ha decidido atrincherarse en el populismo y el victimismo, adoptando estrategias de autocracias extranjeras y despertando más temores para los tres años que quedan de su mandato”, dice un fragmento del editorial que publicó este periódico el pasado domingo.
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La crítica de El Espectador hacia el presidente Gustavo Petro tiene origen en el discurso que el mandatario dio en la Plaza de Bolívar el 7 de junio durante otra de las marchas convocadas para apoyar las reformas propuestas por su Gobierno. Petro, además de cerrar filas alrededor de su línea de pensamiento, volvió a atacar a los medios de comunicación que, según él, están aliados con lo que llama un “golpe blando” de Estado.
Ni ese día ni en ningún otro momento el presidente ha hecho un acto de contrición por los innegables desaciertos de su gente cercana, que la convierten en la principal responsable de una crisis que sí existe y que no es un invento de los periodistas. “Si hay una crisis, es sobre todo una autoinfligida”, añade el editorial. A Petro lo domina una soberbia conocida y que, dada la trascendental oportunidad que tuvo de ser elegido presidente, algunos pensamos que ya no sería su característica dominante.
En cuanto a los medios de comunicación, también hay allí una ausencia de reflexión sobre su rol, no exclusivamente en el cubrimiento del actual gobierno sino en la agenda diaria y la histórica, que irremediablemente ha conducido al hastío de los ciudadanos. No es igual una realidad en la que las redes sociales exponen la vanidad de —por fortuna— unos pocos colegas y de inmediato la reacción de los consumidores de sus contenidos. Si bien la nuestra y las del mundo son sociedades que no están formadas para escoger bien y formar criterio, lo cierto es que la obligación del periodismo es entregar información veraz y despojada de cualquier interés personal, político o empresarial; eso es lo que el público no está percibiendo y con razones de sobra.
Lo anterior nada, en lo absoluto, tiene que ver con la libertad de expresión que es la bandera bajo la cual el gremio suele cubrirse para no mirarse el ombligo y para evadir un acto de contrición. No es un argumento válido ni suficiente decir que los dueños de los medios no agarran el teléfono a diario para dictarle al director de un programa o periódico qué debe emitir o publicar. Hay algo ya incorporado en la dinámica de la información comercial que sí excluye temas y personajes, no necesariamente de la odiosa política, sino de la realidad de un país variopinto que necesita informarse diversa y sanamente.
Claro que Petro ha cruzado la línea y debería reparar en ello, y, paralelo a eso, como lo recordó Daniel Samper Pizano en su columna “Las lecciones del lobo feroz”, basta leer para no escribir líneas ignorantes que apuntan a que el actual presidente es el único o el que más ha atacado a la prensa. “Averigüe cómo lidiaron con la prensa adversaria Miguel Antonio Caro y otros caudillos decimonónicos. Investigue la atroz censura oficial de Laureano Gómez y Mariano Ospina. Pregunte qué periódicos clausuró Rojas Pinilla”, opina Samper, y, agrego, no caigamos en olvidos convenientes para borrar las chuzadas a periodistas bajo los gobiernos de Uribe y Duque.
El periodismo debe existir y es nuestra responsabilidad defenderlo para que así sea. Pero, al igual que con Petro, al gremio le sobra soberbia. Tal vez, periodistas y presidente deberíamos detenernos a pensar, seriamente y para actuar, por fin, en la frase de san Agustín: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
* Periodista.