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“Ni maricón, ni marginado, ni inmigrante”

Claudia Morales

12 de marzo de 2020 - 09:52 a. m.

Borrar el nombre de nacimiento, fabricar acentos nuevos, aprender rápidamente el otro idioma, vestirse “bien”, no parecer pobre ni asustado, aprender a mimetizarse, decir a todo que sí, no alegar por nada. Convertirse en otro para ser aceptado. Eso es ser inmigrante.

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El periódico El País de España publicó en agosto de 2019 una investigación del Instituto Nacional de Salud Pública, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México que muestra que “un 29 % de los migrantes son víctimas de violencia física, psicológica o sexual. La mayoría de los abusos quedan impunes. El temor a ser repatriados y la desconfianza en las autoridades provocan que solo se denuncie uno de cada 10 casos”.

La Declaración de Durban, aprobada en 2001, reconoce que “la xenofobia contra los no nacionales, en particular los migrantes, constituye una de las causas principales del racismo contemporáneo. A menudo los migrantes son objeto de discriminación en el ámbito de la vivienda, la educación, la salud, el trabajo y la seguridad social”. Los países firmantes llegaron a esa conclusión hace 19 años, aprobaron medidas para contrarrestar los abusos y crímenes que se cometen contra los inmigrantes, y, pasado el tiempo, la evidencia mundial es de un retroceso.

Según la Organización de Naciones Unidas, en 2019 el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones, 51 millones más que en 2010. De esos, 2’869.032 son colombianos. En octubre del mismo año, Migración Colombia afirmó que cerca de 1,5 millones de venezolanos residen en nuestro país. Las cifras abarcan a aquellos que deciden emigrar con tranquilidad, voluntad propia y con recursos suficientes, y a quienes tienen que dejar sus países, casi siempre sin dinero, por la violencia, el hambre, el cambio climático, entre otros. Estos últimos, en su mayoría, son discriminados y violentados.

Cuando seas mayor, la novela que acaba de publicar el escritor rumano Miguel Gane, es la historia de una familia que representa a ese grupo de nacionales que, para salir de la pobreza, huyen de un país, en este caso de Rumanía hacia España. La voz de un niño de nueve años (que seguramente es Gane) nos lleva por el frío, el hambre, el matoneo, la injusticia y las angustias que sufren él, su mamá y su papá por ser pobres. Y, luego, profundiza en la frialdad humana del nuevo país y en la violencia de la que son víctimas solo por querer trabajar, porque quieren una vida digna para no sufrir.

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La lectura de la novela motivó la búsqueda de las cifras con las que empieza la columna. A través de esa historia y de las estadísticas, deberíamos hacer conciencia sobre la crueldad con la que tantos ciudadanos tratan a los inmigrantes. En su relato, el niño cuenta que en el colegio de España los varones lo insultaban llamándolo “maricón”, porque, ante el rechazo que sufría por ellos, solo jugaba con las niñas. “Me solían tirar el estuche al suelo, me empujaban por el pasillo, me quitaban parte de la comida o me escondían los cubiertos… lo que más les gustaba era burlarse de cómo hablaba”.

¿Qué les decimos a nuestros hijos sobre los inmigrantes? ¿Qué actitudes violentas toleramos en silencio contra ellos? ¿Estamos seguros de que el turno de la discriminación y la violencia no será un día para nosotros? “Entonces supe que cuando fuese mayor nunca llamaría a nadie maricón, ni marginado, ni inmigrante”, se prometió el niño de la novela. ¿Es justo que los niños y niñas del mundo crezcan así?

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@ClaMoralesM

* Periodista.

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