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Niños invisibles, niños que no son nadie

Claudia Morales

10 de mayo de 2018 - 11:00 p. m.

“Porque al fin y al cabo quién era esa niña. No era nadie, alguien invisible, casi inexistente. A qué tanto escándalo, qué importancia tiene, dónde estuvo el error, si una niña no es nada y menos si es pobre, una niña pobre no es nadie, no existe”. 

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Este es un fragmento de la novela de la escritora Laura Restrepo Los Divinos, y esa niña “invisible” era Yuliana Samboní, de siete años, secuestrada, violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera el 4 de diciembre de 2016. Imaginemos la cantidad de niñas y niños como Yuliana que mueren en circunstancias macabras. Pensemos ahora en la historia de la menor de tres años abandonada en un hospital de Bogotá el 29 de abril y que tuvo la fortuna de sobrevivir aunque con unos daños emocionales que no sabremos si son reparables.

“Esa es la tragedia, que esto lo ha hecho un ser humano. Lo peor es la manera brutal como un hombre puede llegar a violentar los parámetros de lo humano”, dice uno de los personajes de Los Divinos. Esa brutalidad ocurre en 66 casos diarios, es decir, más de 24.000 al año (sin contar un cálculo de un 85% que nunca denuncia) que llegan al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar —ICBF— a nivel nacional. Esos menores de edad, en su mayoría entre los 3 y 14 años, sufren por maltrato y/o violencia sexual. Cerca del 90% de las víctimas son niñas de todas las condiciones sociales aunque las denuncias más comunes tienen origen en los estratos 1 y 2.

La pequeña de 3 años, según me explica la directora del ICBF, Karen Abudinen, está fuera de peligro en la Fundación Santa Fe y recibe la atención de un cuerpo médico especializado. Cuando le den de alta, agrega, irá a un sitio de protección del instituto y quedan dos opciones: “La pueden reintegrar a la familia o declararla en adoptabilidad. Esa decisión la toma una defensora de familia y en eso no hay injerencia del ICBF”.

“Este crimen se impone como un espejo, y el monstruo que allí se refleja tiene la cara del país entero”, leo en otro párrafo de la novela. Pienso que la frase es cierta por Yuliana y por lo que le hicieron a la menor de 3 años. ¿Por qué durante un año y diez meses, tiempo que pasó desde la denuncia del secuestro, el CTI o el Gaula no dieron con el paradero de la niña? ¿Nos dirá el ICBF si la abuela era la familiar apta para tener la custodia de la menor? ¿Cómo así que capturaron a la mamá de la niña por porte ilegal de armas y la soltaron? ¿No se supone que está denunciada por secuestro? ¿Están tomando en cuenta las versiones contradictorias que ha dado la abuela en los medios? ¿Quiénes eran los dos adultos que abandonaron a la niña en el hospital con el cuento del accidente? ¿Quién es la mujer que salió sin nombre en Noticias Caracol y que dice que tenía bajo su cuidado a la niña?

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Carlos Valdés, director de Medicina Legal, confirmó que encontró “maltrato infantil irrefutable de características agudas y crónicas, y lesiones a nivel genital que pueden ser compatibles con abuso sexual”. Repito: hablamos de una niña de 3 años que, valga recalcar, también podría ser la familiar o amiga de cualquiera de los que están leyendo esta columna.

“Necesito una pausa de silencio, que me permita decantar la abrumadora cascada de la infamia”, piensa “el Hobbit”, el amigo ficticio del asesino de Yuliana en la novela. Un silencio necesario para reflexionar pero que no es atendido por el núcleo de una sociedad adormecida, complaciente e indiferente. Un silencio que debería transformarse en un grito común para darles nombre a los niños invisibles, a los niños que no son de nadie.

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* Periodista.

@ClaMoralesM

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