Existe la polarización política cuando la opinión pública se divide en dos extremos opuestos representados, cada uno, en figuras de los partidos políticos que buscan adhesiones emocionales y, en general, poco racionales.
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La anulación de la razón da paso a la violencia y, cuando es la violencia la que domina el discurso y las acciones, las sociedades ya no se polarizan: se quiebran. Piensen en una porcelana en forma de bailarina, por ejemplo: se cae de la repisa, se le quiebran los brazos, se los pegan, pero siempre, siempre, será evidente la cicatriz de esa ruptura. Y si no queda bien pegada, los brazos se vuelven a caer. Colombia es esa porcelana.
Pedro Jesús Pérez Zafrilla, doctor en Filosofía y profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia, España, publicó en 2022 un ensayo titulado “Cómo la polarización política amenaza la democracia… y cómo afrontarlo” en el que hace una asociación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo. Allí señala que la estrategia de hacer campañas “con mensajes simples y narrativas maniqueas y emocionales” con la idea de resaltar la maldad del adversario y la bondad del propio partido, elimina la posibilidad de que “los contrincantes políticos —especialmente, las élites de los partidos— se reconozcan como adversarios legítimos con el mismo derecho a ocupar el poder”.
¿Es, entonces, la buena educación de los ciudadanos la salida para un mejor debate político? Pérez Zafrilla afirma lo siguiente: “Las personas con mayor nivel de estudios, que cuentan con una mayor capacidad cognitiva y habilidad de razonamiento, ponen, de forma inconsciente, esas potencialidades al servicio de dichos sesgos cognitivos (AlGharbi, 2019). Eso explica que su mayor capacidad cognitiva, fruto de su mayor formación académica, no lleve a las personas más instruidas a admitir sus propios errores ni a ser más humildes o más tolerantes. Más bien, sucede todo lo contrario”.
¿Si la sociedad se queda con referentes muy educados o no tanto e igualmente negativos y destructivos, qué queda?
Esa pregunta llega de forma reiterativa a los ciudadanos cansados y decepcionados, también asustados, con el nivel cada vez más bajo del discurso político. Unos partidos aíslan a otros, estigmatizándolos como guerrilleros, mamertos y comunistas y otros hacen lo propio acusando a quienes no están de su lado de ser paramilitares, explotadores de los pobres, ladrones, etc.
Dice el profesor Pérez Zafrilla que “los políticos, los periodistas y los intelectuales, como figuras públicas, constituyen referentes morales para el conjunto de la ciudadanía, o al menos lo son para los miembros de su tribu política. Sus comportamientos marcan las actitudes que los ciudadanos reconocen como aceptables en la vida diaria”.
¿Cuáles son los referentes morales que sigue la sociedad colombiana? ¿Es un referente moral el que valida la forma de pensar del otro, así sea violenta, pero se convierte en el enemigo si tiene afinidades ideológicas distintas? ¿Hay referentes morales o, siendo honestos, carecemos de ellos?
Cuando la política queda configurada como una lucha entre enemigos surge la polarización y “los medios afines se contagian de ese clima de crispación y lo proyectan sobre la ciudadanía: los discursos incendiarios y deshumanizadores del adversario, junto con retóricas maniqueas, ocupan los medios ideologizados presentando al otro como una amenaza existencial”, continúa el ensayo del filósofo español. Y así, la sociedad, toda, se sigue rompiendo.
¿Se rompe también la esperanza? Ese es, tal vez, el único estado de ánimo que no debería perderse. Sin buenos referentes morales que dominen el discurso de las masas, ¿qué se puede hacer para no romper lo que queda?