Un par de días duró en Colombia el escándalo por la elección de Miguel Polo Polo como representante por la circunscripción especial afrodescendiente. Al final perdió su curul y con ella se quedó Lina Martínez García, hija de Juan Carlos Martínez Sinisterra, excongresista condenado por parapolítica y fraude electoral.
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Un par de días, eso es lo que usualmente dura la indignación “nacional” frente a ciertos temas.
Entre burlas, ira y, a decir verdad, muy pocos argumentos sólidos sobre las características que debería tener quien representa a la comunidad afro, lo que más se destacó en el debate en redes sociales fue el racismo. Sí, el racismo que muchos dijeron que Polo Polo manifestó en sus panditas intervenciones también quedó en evidencia en los ataques contra él.
El racismo es el análisis siempre pendiente en Colombia a pesar de tener vastas regiones cuyos habitantes padecen sus consecuencias. Además de la discriminación y la persecución sufridas por los negros y me permito incluir a los indígenas, podríamos preguntarnos si es o no es racismo la negligencia y el olvido al que están sometidas, por ejemplo, las comunidades del Pacífico.
“En lo que va corrido de este año han ocurrido 40 intentos y al menos cuatro suicidios en las comunidades emberá dobida ubicadas en el municipio de Bojayá. En este municipio viven un poco más de 3.400 indígenas que pertenecen a esta etnia. Son muertes que se suman a los 22 suicidios que han ocurrido en todo el departamento del Chocó este año”.
El anterior es un fragmento de “Los suicidios que nadie atiende”, un reportaje de María Fernanda Fitzgerald publicado en el portal Cerosetenta que ahonda en la crisis de salud mental del departamento y hace una descripción del abandono estatal.
Distintas ONG, la Iglesia y la Defensoría del Pueblo denuncian el ataque sistemático contra los derechos básicos de “los pobladores afros e indígenas y el profundo impacto a su modo de vida que causan los homicidios selectivos, masacres, limpiezas sociales, violencia sexual, confinamientos, desplazamientos masivos, enfrentamientos y extorsiones”, señala el texto periodístico.
Cuando no los matan deciden matarse, podría ser la conclusión.
Cuenta Wade Davis en Los guardianes de la sabiduría ancestral que el reverendo inglés William Yates dijo: “Poco mejores que perros, y no se haría más daño pegándoles un tiro que el que se hace al pegarle un tiro a un perro que nos ladra”. Se refería al descubrimiento que hicieron los ingleses de los aborígenes en Australia al final del siglo XVIII. No es muy distinto ese pensamiento del que tienen los actores violentos y en algunos niveles del Estado sobre las poblaciones afrodescendientes e indígenas de Colombia.
Estas elecciones les han abierto el camino político a Francia Márquez y a Luis Gilberto Murillo. Al margen de que nuestros votos sean o no para ellos y sus aliados a la Presidencia, si alguno llega al poder debemos exigirle que no aparte su discurso y acciones de la miseria y el sometimiento a los que viven condenados los negros e indígenas colombianos.
Elegir en el cargo de la Vicepresidencia a una mujer negra o a un hombre negro tendría que significar que hacia futuro ya nadie se pregunte con indiferencia qué importancia tiene la extinción de los pueblos marginados. Si eso persiste, vendrán otros como Polo Polo y seguiremos sin entender nada.
Las muertes de negros e indígenas por suicidio y violencia deberían concernirnos a todos porque es un asunto básico de humanidad y es también la pérdida de culturas con las que nuestro mundo podría ser mejor.
* Periodista. @ClaMoralesM