Hay que tener el estómago curado para leer ciertos textos de ficción. Claro, dirán algunos, que eso de la ficción es puro invento y que no es para tanto. Sin embargo, hay historias narradas en cuentos y novelas gracias a las cuales entendemos mejor la sociedad que nos rodea y sirven de ruta para apreciarla o repudiarla. Y para sentir miedo.
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Es lo que ocurre con Cartografía del mal. Relatos de una Pereira oscura, del escritor pereirano Wilmar Ospina Mondragón (Klepsidra Editores, 2023), un libro de cuentos que prueba el talento literario de este joven autor quien, en la actualidad, adelanta sus estudios de doctorado en México y es docente del colegio Ciudad Boquía, de la Universidad Tecnológica de Pereira y de la Universidad Católica en la misma ciudad.
“No podían tener menos de cinco años ni ser mayores de diez. Si excedían esos límites no estaban listos, o ya eran demasiado grandes y no servían para el negocio; a los clientes nos les gustaban. Aunque, a veces, cuando venía a la ciudad un prestigioso empresario, este los prefería más niñitos, más lozanos, más tiernitos, porque entre más joven la carne, más jugosa y sabrosa es”.
“Pajaritos enjaulados” narra cómo funcionaba “un burdel pedófilo que prestaba sus servicios a políticos, empresarios, administradores y cuantos sujetos acaudalados tuviesen con qué pagar sus excentricidades y aberraciones psicosexuales”. Esto ocurría en los túneles de la antigua galería en el centro de la capital risaraldense.
Varios de los cuentos de Cartografía del mal están entrelazados con personajes que crecen, mueren o se vuelven más sanguinarios entre una historia y otra, y la de los niños no es la excepción.
Estas narraciones, como alguna vez se lo dije al escritor paisa Gilmer Mesa luego de leer La cuadra, me dieron ganas de tirar el libro por la puerta del avión en el que volaba desde Medellín hacia Mompox. Y, aunque parezca contradictorio, esa es la literatura que me interesa: la que no se escribe para dar gusto, la que no es hipócrita ni edulcorada. La literatura que duele porque duele el mundo en el que vivimos.
Le pregunté a Wilmar si hubo alguna historia que lo afectó de forma particular y me respondió: “Me perturbó profundamente la desaparición de los niños, el tráfico con ellos y la pedofilia. Una señora me buscó una vez para contarme que un sobrino suyo había desaparecido y me dijo que eso que yo relataba en el libro era lo que su familia sospechaba que había ocurrido con el niño. Y una amiga fiscal me dijo que era cierto lo de los subterráneos y la pérdida de niños; y lo último que supe es que hoy Risaralda está en el tercer lugar de desaparición de niños y eso es muy grave”.
Ospina Mondragón vivió en el barrio Berlín, en Pereira, y sus libros tienen su génesis allí. Oírlo hablar es darse la oportunidad de viajar por las entrañas de una realidad que da dos opciones: romper la vida de un individuo a punta de violencia, drogas y las más espantosas bajezas de las que son capaces hombres y mujeres por necesidad, ambición o corrupción y que bien retrata el libro, o dar la vuelta a la tuerca a favor de la vida para convertirse en un escritor con futuro, un profesor inspirador y un esposo y un papá amoroso.
Siendo un niño, a Wilmar lo “salvó una pelota y un libro” y desde ahí creció con la idea de recuperar la memoria histórica y mostrar que el ser humano se hace desde la tragedia. “Escribir esta literatura sirve para equilibrar el dolor”, me dijo en un café.
Cartografía del mal. Relatos de una Pereira oscura ya tiene tres ediciones y más de 3.500 libros vendidos. En la XI Feria del Libro de Pereira, Wilmar lanzó Putópolis, su más reciente obra, en un recinto que dobló el aforo con más de 350 asistentes.
Pereira, cuna de buenos escritores, va dejando más huellas, hondas y perdurables, en el tiempo.
* Periodista y directora Feria del Libro Pereira.
