“Las Farc han reconocido que se financian mediante el narcotráfico pero no son narcotraficantes”: Juan Manuel Santos, marzo 2, 2016.
“En la actualidad las Farc son la organización que concentra la mayor participación y control de este negocio ilícito, debido a la ubicación de 73 estructuras (60% de las 122) —ubicadas en 18 departamentos y 98 municipios— en áreas de cultivo, producción y actividades de tráfico internacional de estupefacientes”: informe de la Policía Nacional, entregado hace unas semanas al presidente y sus negociadores en Cuba.
Ese informe, publicado por El Espectador el 5 de mayo pasado, pasó de agache como de alguna manera también las declaraciones de Santos. Y me parece de enorme gravedad porque la investigación de la Policía demuestra lo que se ha dicho desde hace décadas, y es que en el narcotráfico están comprometidos directamente miembros del secretariado, pero aun peor, deja en evidencia que las Farc en La Habana mienten y que Santos les copia sus mentiras.
Lo mismo ocurrió con la denuncia de The Economist que aseguraba que las Farc tienen una fortuna cercana a los 10 mil millones de dólares. “No hemos podido dar con esas cuentas fabulosas que dicen que tienen”, aseguró Santos con algo de burla. Y alias Iván Márquez calificó como “imaginaria” la cifra que mencionó la revista extranjera.
Varias son las consecuencias que tiene descubrir que el proceso está infectado de mentiras. Una, el desaliento de la sociedad civil; otra, que los engaños le dan gasolina a una oposición uribista que ya va en planteamientos —que ni ellos mismos entienden— de una resistencia civil que puede derivar en cualquier cosa loca menos en algo positivo para el país, y una más: que en cualquier experiencia de diálogos para llegar a acuerdos con grupos terroristas e insurgentes, a lo primero que se acude es a la verdad porque sin ella es imposible la reparación, menos el perdón y más lejos queda todavía la no repetición.
No son aislados los últimos cinco episodios en los que las Farc han acudido a sus francotiradores para matar miembros de la Fuerza Pública. ¿Saben por qué lo hacen? Porque esa es su estrategia contra la erradicación manual de cultivos ilícitos en Norte de Santander, Putumayo, Chocó, Antioquia, Cauca, Nariño y Caquetá. Sumen departamentos como Guaviare, Córdoba, Bolívar, Vichada, Arauca, y Valle, donde manejan de manera sofisticada el negocio.
Más allá de condenas tibias y tardías del ministro de adorno que está en Defensa, a los colombianos deberían decirnos con claridad cómo van a manejar a los narcos del frente Acacio Medina, de la columna Daniel Aldana y de los frentes 1, 4, 6, 7, 8, 10, 14, 15, 16, 18, 27, 29, 30, 32, 36, 40, 43, 48, 57, 58, 60, 63, todos responsables de la operación integral de la cadena del narcotráfico.
Respetuosamente me margino de quienes hablan de lo que saldrá de Cuba como “la paz” porque he estado en esos departamentos en los que la presencia de las Farc, la corrupción y la desidia de los gobiernos tienen sumida en la miseria y el delito a sus habitantes. Pero sí quisiera que algún día pudiéramos celebrar unos acuerdos que le permitieran al país tener algo de tranquilidad. Eso no lo veo cerca, y tampoco me sumaría a una resistencia civil, también tramposa. Pedir transparencia, así quienes lo hagamos sigamos siendo estigmatizados como enemigos del Gobierno, es lo único que nos queda.
@ClaMoralesM* Subdirectora La Luciérnaga