Esta escena seguramente les parecerá común: un grupo de personas llegan a una reunión o fiesta y los anfitriones ofrecen algunas opciones de licor. Uno de los invitados pide agua o jugo y, enseguida, recibe miradas de sorpresa y preguntas tipo “¿cómo así? ¿Te pasa algo? ¿Estás tomando algún medicamento?”, y no falta quien insiste con un “dale, aunque sea una sola copa”. El ejemplo aplica para entornos de adultos y de menores de edad.
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No beber licor es para los aburridos o para los exalcohólicos (¿se puede ser exalcohólico?). Para las sociedades del mundo, el licor es el camino para ser parte de una manada, para desinhibirse, ser felices y para ser protagonistas de las anécdotas “graciosas” del día después. A los borrachos se les aplauden las vomitadas, la exuberancia de sus expresiones y hasta la irresponsabilidad de sus acciones. “Ay, metió las patas, es que tomó mucho, pobrecito”, “ella es genial cuando está borracha porque es atrevida con los hombres”, y así.
La anterior es la parte “divertida” de los borrachos y de las focas que aplauden pero que nunca visualizan que esos “simpáticos seres alicorados” también producen las peores tragedias.
Desconozco si en otros países es igual, pero en Colombia es habitual que las familias que organizan las fiestas de los 15 años de las niñas y niños repartan licor a los jóvenes invitados que en esos encuentros oscilan entre los 13 y los 16 años. Dejo acá una pregunta: ¿si lo que llevaran los meseros en sus bandejas no fuera vodka, aguardiente o ron mezclado con juguitos, sino cocaína, LSD, cigarros de marihuana o jeringas con cocteles de porquerías diversas, también sería normal?
“La droga más normalizada” es como definen al alcohol en el artículo “Alcoholismo, la trampa es la recaída: ‘No he visto a nadie dejarlo a la primera’”, publicado en El País de España el pasado 8 de junio. Allí, el neurólogo Santiago Canals del Instituto de Neurociencias de Alicante, España, explica los distintos tratamientos que ensayan con los alcohólicos y señala: “Nos centramos en la recaída porque con una droga que es legal, fácil de obtener y socialmente aceptable solo puedes hacer dos cosas: prevenir, sobre todo para que los jóvenes no normalicen el consumo, y tratar a los enfermos crónicos para que no recaigan”. El experto considera el alcoholismo “uno de los problemas psiquiátricos más importantes de la sociedad occidental, quizás solo por detrás de la depresión mayor”.
Gabriel Rubio es jefe de psiquiatría del Hospital 12 de octubre de Madrid y medalla al mérito del Plan Nacional sobre Drogas y, en el artículo de El País, afirma: “Siendo la droga más visible, es la más oculta: nadie se avergüenza de beber pero sí de ser alcohólico, a pesar de que beber es el principal factor para serlo”. Y agrega la nota: “Factores genéticos, psicosociales o de tipo de consumo hacen que unos individuos sean más vulnerables que otros a desarrollar esta enfermedad mental ‘incurable y progresiva’ según la OMS, que desde hace unos años se denomina ‘trastorno por consumo de alcohol’”.
Recapitulemos: el alcohol es la droga más normalizada, es una droga legal y el alcoholismo es una enfermedad mental incurable y progresiva.
“Tan exagerados todos esos especialistas”, dirán algunos lectores. Como mamá y como ciudadana informada opino que nada es exageración cuando se trata de la salud mental de nuestros hijos. A ellos nos debemos y en ellos debemos pensar cuando validamos como normal que tomen licor desde los 13 años.
Me gustaría saber cuántos padres de familia han leído sobre el cerebro de los niños y adolescentes y entienden que ese órgano está en formación y por eso es muy grave que consuman sustancias psicoactivas. Me encantaría saber cuántos padres de familia se animan a defender la idea de que es posible la diversión de sus hijos sin licor. Deberíamos repensarnos como sociedad. ¿Tal vez ya sea muy tarde?
