Sin candidato

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Claudia Morales
25 de mayo de 2018 - 07:00 a. m.
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Dijo el filósofo Cicerón que “la libertad sólo reside en los estados en los que el pueblo tiene el poder supremo”. La frase es consecuente con la defensa que el político romano hizo del republicanismo y el rechazo que expresó contra otras formas de gobierno y sus prácticas de corrupción.

Pensemos en eso: libertad, pueblo y poder supremo e intentemos concluir si la de Cicerón es una sentencia utópica o si en Colombia, por ejemplo, pudiera ser realidad. Creo lo primero y es ahí donde nace mi confusión y la dificultad para escoger por quién votar en las elecciones de este domingo 27 de mayo.

Hace 24 años ejerzo mi derecho a votar, nunca convencida por algún político y resignada a ello, entregando mi voto en blanco en las últimas cuatro elecciones presidenciales. 16 años de desencanto que a su vez han servido para darme la claridad absoluta sobre a quién, jamás, le marcaría la equis en el tarjetón.

No quiero un presidente que ataque los derechos de las minorías y que no reconozca la diferencia. Quisiera un mandatario que entienda la laicidad del Estado, que sea capaz de darles a las comunidades religiosas el respeto que merecen y de imponer los límites que requieren. Pienso como ideal en una persona que no se crea Mesías, que no radicalice a la sociedad, que convoque y que no divida.

Sueño con un gobernante autónomo, que tenga el carácter para rechazar los apoyos de matones reales y virtuales y de negarle la foto al cacique regional que se roba los dineros públicos. Me haría feliz ver sentado en la silla presidencial a un personaje que sepa qué hacer para castigar la violencia sexual, que defienda la separación de los poderes públicos y que sacuda su partido de liderazgos nocivos. Quisiera un presidente que no salga con una sandez como pasar nuestra embajada a Jerusalén y que sepa conjugar la magia de las relaciones exteriores con la autodeterminación.

Estas elecciones deberían convencernos de la urgencia de desplazar del poder a esos políticos que lo han usado en contra de nosotros atropellando nuestra libertad. También debería ayudarnos a pensar en cómo no destruirnos ante las preferencias de unos y las dudas de otros. Ante eso, tengo una gran fortuna: mi papá defiende un sector de la derecha que no comparto, su esposa se formó en la izquierda, mi esposo defiende el centro, algunos amigos adoran candidatos que no me gustan, otros, como yo, no nos sentimos seducidos por alguno, y todos cohabitamos en paz. Pero mi vida real no se parece a la que leo en Twitter, ni a la que me cuentan que pasa en Facebook, ni a la de una parte de la sociedad que aplasta al que piense diferente.

No creo en los enamoramientos por un candidato porque, como pasa con el amor, se pierde la razón. Lo que sí me hubiera gustado es haberme sentido inspirada por una figura que me diera seguridad. No tener eso me produce ansiedad porque sé que el voto en blanco ya no es opción y lo que va a pasar en estas elecciones es determinante para darle forma al país con el que soñamos.

Escribo esto interpretando a los ciudadanos que nos quedamos a la deriva sin una opción viable de centro y que sabemos con pesar que iremos a las urnas a ejercer un derecho para evitar que llegue al poder aquel que no quisiéramos ver como presidente, sin que nuestro voto tenga la convicción que debería. Lo único que no pierdo es la esperanza de que en otro futuro quien ocupe la Presidencia fortalezca la libertad del pueblo restándole poder a los que hasta ahora se lo han turnado.

* Periodista.

@ClaMoralesM

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