La noche de las elecciones en Estados Unidos, el mundo entero tenía los ojos puestos en el resultado presidencial. Como muchos, yo también esperaba con ilusión el desenlace y tenía la esperanza de ver a una mujer liderar una de las naciones más influyentes del planeta. Sin embargo, más allá de la presidencia, mi atención estaba fija en otro tema crucial: el aborto.
Esa madrugada, aunque para algunos el resultado presidencial no fue el deseado, había una razón poderosa para celebrar. En 10 estados, la ciudadanía votó en referendos sobre el acceso al aborto, y siete de ellos —incluyendo Misuri, Montana y Arizona— decidieron proteger este derecho en sus constituciones. Lo extraordinario es que estos estados habían respaldado a Donald Trump con más del 55 % de los votos, a pesar de que fue él quien orquestó la caída de Roe vs. Wade, que limitó e incluso prohibió el acceso al aborto en varios estados.
Los resultados de estas enmiendas revelaron una desconexión evidente entre las posturas rígidas de los partidos políticos y las opiniones reales de los votantes respecto a los derechos reproductivos. En Misuri, por ejemplo, mientras Trump obtenía el 55,5 % del voto, el 51,9 % de los ciudadanos apoyó proteger el derecho al aborto. En Florida, un estado donde la ola republicana consolidó el triunfo de su candidato, el 57 % de los votantes respaldó la enmienda para proteger el aborto. Aunque no alcanzó el umbral del 60 % necesario para convertirse en ley, la mayoría expresó su apoyo a este derecho.
La lección fue clara: el respaldo a líderes conservadores no equivale a la aceptación de políticas extremistas en contra de los derechos de las mujeres. Me atrevería a decir que la anulación de Roe vs. Wade despertó una conciencia colectiva sobre las consecuencias de las restricciones, impulsando a los ciudadanos a proteger estos derechos a nivel estatal.
El triunfo del aborto fue posible gracias a quienes informaron sobre las implicaciones de las restricciones y, sobre todo, a las mujeres que compartieron sus historias. Estas voces, muchas veces dolorosas, mostraron el impacto devastador de no contar con acceso a atención médica de calidad.
Kamala Harris, aunque no alcanzó la presidencia, desempeñó un papel crucial en este cambio de foco en torno al aborto. Durante su campaña, logró transformar el debate y la narrativa sobre el aborto, llevándolo de ser un tema polarizante a una cuestión de salud pública. Harris mostró al país las historias de mujeres que, incluso con embarazos deseados, enfrentaron complicaciones graves y no pudieron recibir la atención que necesitaban. Al enmarcar el aborto como “un asunto de vida o muerte”, como lo destacó Michelle Obama al cierre de la campaña, humanizó un tema que va más allá de ideologías.
La experiencia de Estados Unidos ofrece una lección poderosa: los derechos reproductivos pueden convertirse en un eje unificador en sociedades profundamente polarizadas. Cuando se presentan como un tema de salud pública y derechos humanos, el aborto trasciende divisiones partidarias y conecta con la mayoría del electorado.
Esta victoria histórica no solo es un triunfo para las mujeres estadounidenses, sino también un faro de esperanza para quienes luchan por la justicia y la libertad reproductiva en todo el planeta.
* Directora sénior de Comunicaciones y Campañas de Incidencia de The Women’s Equality Center.
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Por Catalina Calderón
