En una reciente entrevista, el precandidato presidencial, Juan Daniel Oviedo, se refirió a la caída de la fecundidad diciendo que “hay menos mujeres para parir”, una frase que revela un desprecio por la autonomía reproductiva y reduce a las mujeres a su función biológica, pues ignora todo lo que implica decidir –o no– tener hijos.
No es el dato lo que incomoda: es el tono, es la mirada. Es esa idea de que la función social de las mujeres es “producir población” y que, si no lo hacemos, estamos fallándole al país. Ese discurso se alinea con campañas de grupos “Pro Vida” que hoy proclaman que para “salvar a Colombia” hay que tener hijos, como si la solución a problemas estructurales fuera volver a poner nuestros cuerpos al servicio del sistema.
La tasa global de fecundidad sí cayó de 1,7 hijos por mujer en 2015 a 1,1 en 2024, pero ese descenso no es un misterio. Desde los estudios feministas lo venimos anunciando hace años y responde a una tendencia global: las mujeres están eligiendo tener menos hijos. Aun así, la discusión pública insiste en leer esta transición como una catástrofe atribuible a las decisiones de las mujeres, en vez de entenderla como un fenómeno demográfico natural asociado a transformaciones sociales, educativas y económicas.
Esa forma de presentar el problema es dañina porque mezcla fenómenos distintos como si fueran causa y consecuencia directa: baja natalidad, envejecimiento, enfermedad, pobreza. Todos conviven en la transición demográfica, pero sugerir –como hace Oviedo– que Colombia “será un país de viejos enfermos” porque las mujeres no están pariendo instala una narrativa de edadismo y culpabilización. La vejez aparece como algo indeseable; las personas mayores, como un “problema”. Y las mujeres, de nuevo, como las responsables de evitarlo.
Incluso si tomáramos en serio la idea de que “hay que tener más hijos”, las cifras cuentan otra historia. Durante los últimos 30 años, Colombia tuvo una población suficiente en edad de trabajar, y aun así el crecimiento económico no llegó. Somos un país de baja productividad, alta informalidad y un mercado laboral incapaz de convertir mano de obra en bienestar. Entonces, ¿por qué creer que parir más resolverá lo que el modelo económico nunca resolvió? ¿Por qué el progreso no llegó cuando sí hubo más nacimientos, pero ahora quieren que dependa de que las mujeres parimos más?
El problema no es que falten hijos: es que sobran desigualdades.
Colombia está envejeciendo sin redes de apoyo y sin un sistema de cuidado digno. Aumentan los hogares unipersonales, las personas mayores sin pensión, las enfermedades crónicas y la demanda de cuidados de alta intensidad. Y esa carga sigue recayendo en mujeres… que también están envejeciendo. Es absurdo esperar que mujeres de 60 ó 70 años sigan cuidando solas a personas que requieren atención constante, pero esa sigue siendo la expectativa social.
Las mujeres no dejamos de parir porque no queramos cuidar. Dejamos de parir porque el cuidado tal como está organizado nos empobrece, nos agota y nos pone en riesgo. Decimos: pariremos más cuando toda la sociedad decida cuidar. Cuando el Estado, las empresas, las familias y los hombres asuman responsabilidad real. Mientras eso no ocurra, la fecundidad seguirá bajando.
Desde los feminismos venimos proponiendo la única salida posible: poner la vida en el centro. Solo así habrá futuro. Y solo así habrá vidas que valga la pena vivir.
*Investigadoras del Observatorio para la Equidad de las Mujeres.