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En la mañana del domingo 8 de enero la característica tranquilidad de la capital de Brasil se vio interrumpida. En cuestión de unas horas, miles de personas se creyeron con el legítimo derecho de ingresar por la fuerza a la sede de la Presidencia, del Congreso y del Tribunal Supremo, y de destruir todo cuanto encontraban a su paso. Su intención no era otra que desacatar los resultados electorales que en octubre de 2022 habían dado por ganador a Luiz Inácio Lula da Silva. Miles de voces exigían la intervención de los militares para devolverle el poder al expresidente Jair Bolsonaro.
El ataque, bastante organizado, a los tres lugares emblemáticos de la democracia, no fue algo furtivo ni inesperado. Por el contrario, ya se venía fraguando desde meses atrás entre miles de seguidores del expresidente Bolsonaro, que habían armado campamentos frente al cuartel general del ejército en Brasilia y que en distintos lugares del país se vienen manifestando. Lo ocurrido el domingo va más allá de un amplio grupo de ciudadanos molestos que compraron el discurso antidemocrático bolsonarista, pues, está claro, el discurso extremista ya pasó a la acción.
Lo cierto es que, en aparente complicidad de algunos políticos y militares, la situación no deja de ser preocupante para la estabilidad política del nuevo gobierno. Hasta ahora, el resultado va en personas encarceladas, el gobernador de Brasilia bajo investigación y unas insulsas declaraciones tanto del gobierno como de la oposición, que no dan cuenta de quién o quiénes realmente podrían estar detrás de un literal atentado contra la democracia.
Los manifestantes, si aún se pueden denominar de esta forma, además de arremeter arengas contra el gobierno legítimamente elegido, atentaron contra el patrimonio nacional. Entre risas burlonas y frases cargadas de ira, los mismos perpetradores compartían por redes sociales sus actos vandálicos. Ante esta actitud aparentemente despreocupada, solo cabe preguntarse qué está pasando en nuestras sociedades, hacia dónde va la democracia, cuándo y por qué se quebró la confianza en las instituciones, y qué puede haber detrás de la polarización, del miedo y de la violencia (física y verbal), que incluso durante la campaña presidencial en Brasil ya se venía observando en las calles.
No son tiempos fáciles para la democracia. Su principio más básico de representatividad y de respeto por los resultados en las urnas está siendo cuestionado y contestado, no solo por partidos políticos de oposición en el ejercicio de su función democrática, sino que es alimentada por discursos que calan entre los ciudadanos y que violenta su tranquilidad hasta involucrarlos de lleno. La violencia verbal o, como pasó en Brasil, de la toma de las instituciones y el vandalismo solo deja a su paso mensajes de odio y mayor división social.
En su libro “La monarquía del miedo”, la socióloga estadounidense Martha Nussbaum da algunas respuestas a estas preguntas que trascienden el campo de lo político. Lo político adopta métodos que apelan a los sentimientos más primitivos del ser humano, como el miedo, la ira y el temor por el futuro. El 6 de enero de 2021 en Estados Unidos y el 8 de enero de 2023 en Brasil son dos hechos sociales que evidencian cómo la política del miedo encuentra terreno fértil al interior de cualquier sociedad; un discurso que hace eco entre ciudadanos hastiados de la corrupción, de promesas incumplidas y del exceso de noticias falsas, que adoptan discursos extremistas con la creencia de que los representan.
Lo preocupante es que estas escenas están dejando de ser fenómenos aislados, que pueden volverse imágenes comunes de voces desesperadas que quieren imponer sus ideas, valores y comportamientos, y que encuentran eco entre millones de personas que se unen a las teorías conspirativas de sus líderes políticos.
Las sociedades democráticas atraviesan por momentos turbulentos que dejan más preguntas que respuestas. No obstante, en el caso de Brasil, lo que seguirá es que la justicia proteja el sistema democrático, que garantice la seguridad y estabilidad del gobierno legítimamente elegido. En cuanto al gobierno de Lula, es menester que suavice su discurso contra la oposición, que construya una convergencia política que le apueste a la mediación o, de lo contrario, está profunda división política que se ha llevado a las calles no dará espacio para gobernar a 214 millones de brasileños, sino solo a la mitad.
*Profesora de Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia.