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La tapa. “El carnicero de Teherán” pregonando justicia y virtud ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y el único que se levanta —cartel en mano a manera de protesta— es el representante de Israel. Diplomáticamente escoltado hacia la salida, porque “el show ha de continuar”.
Fue el pasado 19 de septiembre. El afiche llevaba el hermoso rostro de Jina Mahsa Amini, la joven kurda asesinada el 16 de Septiembre del año pasado, tras su detención por la “policía de la moral”, so pretexto de un hiyab mal presentado. Su rostro se convirtió entonces en el emblema del levantamiento “Zan Zendegui Azadi”, “Mujer Vida Libertad”, liderado por las mujeres y los jóvenes de este país hastiado de 44 años de dictadura. La indignación y la desesperanza se tomaron las calles y las multitudes se armaron de valor, dispuestas a encontrarse con la muerte a manos de los guardianes de la revolución de la república islámica de Irán.
Hoy las estimaciones van en 550 civiles asesinados, entre los que hay cerca de setenta menores de edad. Miles de presos políticos han sido torturados de todas las formas posibles, y sus familias han sido extorsionadas y silenciadas, las colegialas envenenadas en represalia por la rebeldía en las aulas, y al menos diez víctimas arbitrariamente seleccionadas han encarnado el terror de las ejecuciones sumarias.
Hoy ya conocemos la aberración de los casos denunciados ante los medios, las oenegés, instancias gubernamentales y multilaterales, y sabemos que Ebrahim Raisi —el hombre que ocupa hoy la presidencia— carga el apodo de carnicero por su participación en la Comisión de la Muerte del Ayatoláh Khomeini y su masacre de miles de opositores políticos en 1988. Siendo así, ¿cómo tolerar su presencia en el recinto de las Naciones Unidas?, ¿cómo tolerar su discurso? No le tembló la voz para pararse a pregonar la dignidad humana, la protección de la niñez, la igualdad ante Dios entre hombres y mujeres… No se sonrojó al abordar todos los tableros: el terrorismo, la no proliferación nuclear, las sanciones, incluso los derechos de la mujer. Moralizó y aleccionó sobre el anacronismo de la hegemonía occidental y el fortalecimiento regional, previniendo contra cualquier injerencia externa.
Suspenso y silencio en el recinto. ¿Incrédulos quizás? No. Esa era yo, aquí sentada frente a la pantalla.
La transmisión oficial no dejó percibir un bochorno siquiera. Es en redes que aparecen las “tras-bambalinas”. La solitaria protesta en la sala —rápidamente evacuada ante la indiferencia del auditorio— contrasta con las intensas manifestaciones de la diáspora iraní agolpada ante la sede de la ONU, mientras en la esquina más estratégica de Times Square los emblemáticos carteles de neón proyectan, uno detrás de otro, los rostros de algunas de las víctimas, las más reconocibles. “Raisi no es nuestro presidente”, “no representa al pueblo de Irán, sus manos están manchadas de sangre, es un criminal que no debe tener asiento en las Naciones Unidas”.
Este es el primer movimiento revolucionario liderado por mujeres y enfocado desde sus derechos. Su fuerza aglutinó a todas las generaciones y todas las etnias del territorio nacional, y desde el eje central de esta crisis del apartheid de género, la sociedad iraní pretende hoy tumbar a toda la edificación de esta teocracia. Tanto la inmensa oposición interna, como la red de iraníes exiliados, le apuestan al cambio de régimen, y saben que solamente vendrá desde adentro.
Lo único que le piden al mundo es lo que llamaría “un mínimo de aislamiento” de los mullahs y de sus altos mandos, y que les prestemos nuestras voces: #beourvoice. Así que desde afuera nos convertimos en antenas repetidoras para mantener la visibilidad del movimiento contra la indiferencia y el olvido. Y la campaña #Saytheirnamestosavetheirlives, “dí sus nombres para salvar sus vidas”, exhorta específicamente a mover las redes con los nombres de los opositores más vulnerables, expuestos a una desaparición forzada o a la pena de muerte, como último recurso para detener estos crímenes de Estado.
Pero ese “mínimo de aislamiento diplomático” ha resultado una tarea difícil. Algunos jefes de Estado han expresado una solidaridad con “las valientes mujeres de Irán” que dista mucho de ser respaldada por acciones. Porque claramente, no la tienen fácil. Si Irán ha sido siempre una papa caliente por su rol estratégico en el Golfo Pérsico, esta dificultad sí parece reflejar hoy un deslizamiento y reconfiguración de fuerzas hacia el este. Y a las y los activistas de Women Life Freedom nos queda claro que, cuando el gobierno de los Estados Unidos insiste en recuperar el acuerdo nuclear, es que no tenemos aliados en esta tarea, no le han apostado al cambio de régimen en Irán.
En vísperas de las conmemoraciones de Mahsa Amini, mientras en Teherán detienen a su padre para impedir los homenajes multitudinarios, el foco internacional está en otro lugar: en la culminación del intercambio de prisioneros entre Estados Unidos e Irán, negociado con la mediación de Qatar, un paquete acompañado de la liberación de 6.000 millones de USD de activos iraníes congelados en Corea del Sur.
Entre tanto, envalentonado, el carnicero de Teherán ya tuvo su cuarto de hora en la Asamblea General de la ONU.
Y mientras en las celdas de Evin se pudren hombres y mujeres de un valor y un talento asombrosos, mientras nos llega el eco de 600 mujeres detenidas esta semana en Irán, en Nueva York, entre bastidores, sigue el “after party”, con invitaciones a puertas cerradas para el carnicero de Teherán.