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Levantarse un día relativamente normal y entrar a X en 2025 se ha convertido en un martirio para muchos. Mientras algunos se entretienen con memes, otros descubren que Estados Unidos atacó instalaciones nucleares en Irán. Así lo tituló The New York Times tras el ataque estadounidense a instalaciones nucleares en territorio iraní.
En una era donde todos creemos entenderlo todo, desde una nueva serie hasta una guerra nuclear, es urgente rescatar la voz de la razón.
El 21 de junio de 2025, el presidente Donald J. Trump, en un discurso cargado de triunfalismo, anunció que el ejército estadounidense había “erradicado” las principales instalaciones de enriquecimiento nuclear en Fordow, Natanz e Isfahán. El anuncio desató una ola de especulaciones globales: ¿estamos a las puertas de una tercera guerra mundial? ¿Es inevitable la destrucción masiva?
Para entender cómo llegamos aquí, es necesario repasar el historial de tensiones entre Irán e Israel, un conflicto latente desde hace décadas.
Israel, aliado estratégico de Occidente, se encuentra en una región profundamente hostil, lo que ha impulsado su desarrollo como potencia militar, política y tecnológica. Las tensiones con Irán no son nuevas, pero tampoco únicas: la mayoría de sus vecinos han sido, en algún momento, adversarios declarados. Además, Israel mantiene una disputa territorial con el pueblo palestino, especialmente en Gaza y Cisjordania. Según la narrativa israelí, se trata de territorios ganados en guerras defensivas; para gran parte de la comunidad internacional y el pueblo palestino, son territorios ocupados. En estas zonas opera Hamás, un grupo político-militar considerado terrorista por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, y que mantiene vínculos con Hezbolá, organización chií respaldada por Irán y con base en Líbano.
Así, Israel enfrenta amenazas internas de actores no estatales, muchos con respaldo iraní, mientras también lidia con una región que –en buena parte– cuestiona su legitimidad como Estado.
Por su parte, Irán, potencia regional chií y antagonista del bloque occidental, ha sido objeto de creciente preocupación desde que en 2002 se revelara la existencia de su programa nuclear. Para sus enemigos, representa una amenaza existencial; para sus aliados, un contrapeso estratégico.
Ahora bien, ¿cómo encaja Estados Unidos en este tablero geopolítico? El Medio Oriente ha sido históricamente una pieza clave en la política exterior de Washington. Según la administración de turno, el apoyo puede inclinarse hacia una agenda más alineada con intereses árabes o con los del Estado de Israel. Bajo la presidencia de Trump, el apoyo a Israel ha sido particularmente marcado, no solo por razones ideológicas, sino también por la influencia de poderosos sectores proisraelíes en Estados Unidos.
Volviendo al conflicto, ¿significa todo esto que estamos al borde de una guerra mundial?
La respuesta corta es no.
No lo estamos porque la economía global no puede sostener un enfrentamiento de escala mundial. Porque para que haya una guerra mundial no basta con que dos potencias regionales entren en conflicto: se necesita el involucramiento directo y sostenido militar de múltiples grandes potencias. Porque el discurso de Trump –aunque con tintes mesiánicos– ha buscado posicionarse como garante de “orden” dentro del caos. Porque Estados Unidos no puede permitirse, en este momento, abrir otro frente mientras aún lidia con los efectos económicos de la guerra en Ucrania, una guerra económica con China, la inflación interna y el descontento social.
Por eso, no: no estamos en la cúspide de una guerra mundial. Y esa lectura quedó reafirmada con el “cese al fuego” anunciado por Trump apenas 24 horas después del ataque a Irán.
Un cese al fuego que, paradójicamente, no duró ni un día completo, pero que cada parte implicada –Estados Unidos, Irán e Israel– presentó como una victoria para sus intereses. Todos lograron defenderse, todos afirmaron haber respondido con éxito, y todos vendieron internamente una narrativa de control. Porque, hoy en día, la narrativa es todo para el control poblacional.
De ahora en adelante, lo único que podemos esperar es lo que ya estamos viendo: ataques que no generan suficientes bajas como para justificar una escalada militar abierta. Miles de ciudadanos afectados por los intercambios de misiles entre Israel e Irán. Un presidente estadounidense que prometió la paz mundial, pero cuya administración parece condenada a gobernar solo desde la superficie.
Y una comunidad global que, entre memes, noticias falsas y catástrofes en tiempo real, sigue preguntándose: ¿cuándo es que empieza oficialmente la guerra y para qué sirve la ONU?