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“No me digan doctora, me llamo Carmen”

Columnista invitada y Catalina Vargas-Acevedo

27 de agosto de 2021 - 09:00 p. m.

El lenguaje y la perpetuación de la jerarquía en medicina.

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“No me digan doctora, me llamo Carmen” reza el letrero de una médica a la entrada de su consultorio. Esta sencilla pero contundente afirmación rompe con uno de los idearios más arraigados en la práctica médica, pues la medicina ha sido, tradicionalmente, una disciplina basada en una jerarquía arcaica y patriarcal. Al entrar a la facultad, se les enseña a sus estudiantes que a los galenos se les dice ‘doctor’ y se les trata de ‘usted’. Para algunos que vienen de regiones del país donde el ‘usted’ es costumbre, el cambio no cuesta mucho. Pero, para otros, es un cambio tan radical en su manera de hablar que en muchas ocasiones los lleva a pasar vergüenzas frente a sus nuevas figuras de mando y de respeto.

Sin duda alguna, en medicina la tradición tiene gran relevancia. El honor a los profesores y el legado del juramento hipocrático son el resultado del valor que se le otorga a la tradición. Una tradición noble de una disciplina que se entrega en servicio de la humanidad. Pero también, una tradición que incluye a una jerarquía más temida y perpetuada que la que encabeza el rey de la selva. Y aunque es cierto que este esquema hegemónico yace en lo más profundo de las raíces de la medicina, se alimenta y se perpetúa a través del lenguaje. Pero, a pesar de respetar el lugar incólume de tan establecida jerarquía, y de admitir los beneficios de una milenaria tradición, también hay que reconocer que la diversificación de la medicina nos obliga, al menos, a evaluar la pertinencia de un lenguaje que sigue arrastrando rezagos de otros tiempos.

Dicha diversidad se hace evidente desde que miramos las personas sentadas en las clases de anatomía de primer semestre, aquellas personas que dirigen la lección, las médicas y médicos que portan la bata blanca, los diferentes cargos que se ejercen en los ámbitos hospitalarios, las personas que los encabezan, y las personas a las que atienden. La diversidad racial, de género, de clases sociales, de orientación sexual y de identidades de género no hegemónicas acompañan a los cambios sociales de este siglo. La diversificación tecnológica ha revolucionado la comprensión de muchos campos de la medicina, desde la manera de enfocar a un paciente hasta los métodos diagnósticos y terapéuticos utilizados. El valor del trabajo multidisciplinario por fuera del campo puramente médico, desde el trabajo con otras áreas del conocimiento, hasta la muy necesaria profesionalización de la enfermería y el reconocimiento de la importancia de los demás integrantes del equipo de atención en salud.

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Así, si bien es cierto que se le debe dar un enorme peso a la tradición y se le debe tener un enorme respeto a la labor del profesor y de la enseñanza, sin duda alguna la medicina ya no es la misma que era antes. Las personas que la ejercen y la sociedad para la cuál se hace ha vivido un sinnúmero de necesarios cambios sociales que atraviesan la estructura y los andamios del quehacer médico. Sin embargo, es un cambio en el que los vestigios de un lenguaje y las secuelas de una cultura anacrónica no hacen más que perpetuar una discriminación contra la cual dichos cambios sociales han luchado. Cuando en el ámbito hospitalario se les dirige a los doctores (hombres casi siempre) como “Doctor Pérez”, a las doctoras como “Doctora Andrea” y al personal de enfermería como “jefecita”, con ese diminutivo tan tenaz como un silencio impuesto, no hacemos otra cosa que eternizar una jerarquía, un orden social, que ya dejó de tener sentido.

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Tiempo pasado fue aquel en el que el médico era el único que podía tomar decisiones y definir conductas. La evidencia y el aporte de las ciencias sociales en el campo médico han dejado clara la veracidad en tomar decisiones en medio de un equipo multidisciplinario en el que el médico y la médica (parte del importante cambio social y generacional mencionado) son un miembro importante, pero no único, en el ejercicio de la medicina. Más aún, las relaciones médico-paciente tradicionales han sido cuestionadas. La jerarquía entre el médico paternalista, que todo lo sabe, y que dispone dictamen, como quien imparte sentencia, ya se quedó en siglos pasados.

Pues bien, si reconocemos el evidente cambio cultural en medicina y la diversificación en quienes la ejercen, no hay duda de que el lenguaje debe dejar de ser ajeno a esto. Reconocer la manera en la que la jerga, y la forma en la que se usa, perpetúa conductas sociales basadas en estereotipos y creencias arcaicas y patriarcales, hace parte, también, de esta maravillosa entrada de la medicina en el siglo XXI. ¿Será hora de dejar a un lado el ‘usted’ y de cuestionar, con amabilidad y respeto, las jerarquías en medicina?

Por Catalina Vargas-Acevedo

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