El atentado contra Miguel Uribe Turbay es un hecho repudiable que toda la sociedad debe condenar sin ambigüedades. Revive, además, las heridas que llevamos en el corazón varias generaciones que crecimos y maduramos con el profundo dolor de haber perdido a quienes amábamos, porque la violencia política ha sido la regla.
A pesar de ello, tengo grabada la imagen de mi padre, Carlos Pizarro, junto a Diana Turbay, la madre de Miguel, sentados sobre el tronco de un árbol, hablando de paz. Es justo ese retrato el que me lleva a escribir estas palabras. Comprendo el dolor de su familia y copartidarios, a ellos mi solidaridad y respeto. Lo viví y conozco perfectamente lo que viene después, y por lo mismo espero que no pase con ellos lo que Colombia hizo con nosotros: no podemos permitir que las nuevas generaciones vivan nuestra historia de violencia, dolor, sufrimiento y discriminación. Por esto exijo que no se repita la historia de impunidad que ha rodeado otros atentados y magnicidios, esta indolencia la que ha prolongado la guerra y las heridas que cruzan la nación; cerrarlas exige verdad y justicia.
Desde el primer momento, hice un llamado urgente a la reflexión, a desescalar la confrontación y a que las diferencias políticas se tramiten a través del diálogo. Porque la historia de mi vida, la de mi padre, de mi abuelo, madre y abuelas, es el terco camino de la paz, y a usar la palabra para llevar a Colombia por la senda de la vida. En coherencia con mis principios, invité a los partidos, precandidaturas, medios y a otros sectores a sentarnos a dialogar, a reconocer responsabilidades y a actuar desde nuestros roles para impedir que las diferencias nos conviertan en enemigos.
Sin embargo, he visto con preocupación cómo en los últimos días las amenazas, insultos y la instrumentalización del dolor se exacerban y naturalizan. Frente a ello, hago un llamado a actuar con toda la altura que ameritan las circunstancias, a buscar los caminos del entendimiento, a reafirmar que la vida es sagrada y que el debate democrático es el único camino posible para coexistir en medio de las diferencias políticas. Debemos reflexionar y comprometernos con respetar al que piensa diferente y con el lenguaje responsable. Me niego a creer que la política es una trinchera para ganar likes mediante el odio y la mentira.
Cada generación decide qué heredar, y estoy convencida de que nuestro legado debe ser un país capaz de dialogar y reconocer la alternancia política como oportunidad para crecer. Por eso la invitación es también a la sociedad toda, para que nunca más en Colombia tengamos que llorar la violencia, sino a que nos abracemos como nación para alcanzar el progreso que merecemos.
Hoy es tiempo de pensar en el bien común. Es momento de cuidar, entre todos, a Colombia.
* Senadora por el Pacto Histórico y precandidata presidencial