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Ser apolítico está de moda (y ustedes, políticos, tienen parte de la culpa)

Columnista invitada y Gabriela Alonso Jaramillo*

11 de octubre de 2025 - 09:50 a. m.

Más allá del eterno debate académico sobre si se puede o no ser apolítico, hay una verdad que no se puede ignorar: hay millones de personas que se creen el cuento de que sí lo son. Y lo creen con firmeza. Se han convencido de que no les interesa la política, que no es con ellos, que no tiene sentido participar. No votan, no opinan, no debaten. Simplemente renunciaron.

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Y si los políticos que quieren llegar al poder en 2026 están leyendo esto, les tengo una noticia: ese grupo que ustedes ignoran —el de los “apolíticos”— podría ser el que decida las elecciones.

Este no es un texto para debatir con la ciudadanía si es posible o no ser apolítico. Es un llamado de atención a los gobernantes, partidos, estrategas y candidatos. Porque la apatía política no cayó del cielo: también es responsabilidad suya.

Ser apolítico está de moda. Y como toda moda, responde a algo más profundo: una sensación colectiva, un malestar, una necesidad. En este caso, la de no confiar. No confiar en los partidos, en las figuras públicas, en las instituciones. En un país como Colombia, donde reina el abstencionismo, este grupo no es menor: es una mayoría dormida.

Los que se denominan “apolíticos” no son perezosos, ni ignorantes. Son ciudadanos que tomaron una decisión. Le dijeron “no más” a la política tradicional, a los discursos vacíos, al show mediático. Dejaron de esperar algo del Congreso. De la Alcaldía. Del presidente. Despidieron —simbólicamente— a sus representantes.

¿Y ustedes, políticos, qué han hecho para recuperar esa confianza?

Porque no es solo un problema de falta de interés. Es un síntoma de algo más profundo. Es el resultado de una educación cívica ausente o mal enseñada, que nunca nos explicó bien cómo funciona el poder, ni por qué importa entenderlo. Es el efecto de una polarización que aleja en lugar de acercar, que convierte cada conversación en una pelea y hace que muchos prefieran callar antes que ser señalados. Es el ruido constante de una saturación de información donde todo suena a propaganda, donde cuesta diferenciar lo cierto de lo manipulado. Es el reflejo de una vida cotidiana que empuja al sálvese quien pueda, donde lo urgente desplaza a lo importante, y lo colectivo se vuelve un lujo. Y es, sobre todo, el resultado de una política que no se deja querer: que no escucha, que no cambia, que no inspira.

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Las consecuencias son graves. Una democracia sin participación es una democracia débil. Y esa debilidad la aprovechan bien los extremos, los poderosos, los que sí saben cómo moverse en medio del desgobierno y el escepticismo.

La buena noticia —si es que hay una— es que esta apatía no es irreversible. Pero requiere que ustedes, los políticos, hagan algo más que repetir eslóganes o pedir votos. Requiere que empiecen a hablarle también a ese grupo que ustedes mismos ayudaron a espantar. Que reconozcan que hay heridas abiertas. Y que entiendan que, si logran despertar a los “apolíticos”, podrían fortalecer la democracia.

Y no, no es fácil. Pero si quieren gobernar un país como Colombia, nunca lo será.

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* Creadora de Política para Apolíticos

Por Gabriela Alonso Jaramillo*

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