Hace unos días, después de una reunión de trabajo en Nueva York, me encontré con un anuncio gigantesco que cubría la mitad de uno de sus muchos rascacielos: “Deje de contratar humanos. La era del empleado de inteligencia artificial ha llegado”, decía. Por un instante, fue como caminar dentro de una película distópica, en la que los humanos estaban siendo desplazados por inteligencias artificiales y condenados a vivir en la periferia de su propia existencia. ¡Sentí escalofríos!
Al día siguiente, la sensación no fue distinta. Desde Colombia, otra pieza publicitaria también me sacudió: una pancarta colgada en la fachada del Congreso de la República con el mensaje “Salva a Colombia. ¡Ten hijos!”, acompañado por la imagen de una mujer embarazada.
Dos mensajes radicalmente distintos, pero conectados en su intención: intervenir en los aspectos más sensibles de nuestra vida, el cuerpo, la autonomía y el futuro colectivo. Uno sentencia la llegada de máquinas que desplazarán a los humanos; el otro convierte la maternidad en una misión patriótica para evitar la extinción. Ambos apelan a la ansiedad social y a la vulnerabilidad de las personas frente a transformaciones profundas como la caída global de la natalidad y el avance de la inteligencia artificial.
¡Sí! Hoy muchas personas simplemente ya no quieren tener hijos. En 2023, el 46 % de la población mundial vivía en países con tasas de natalidad por debajo del nivel de reemplazo (2,1 hijos por mujer). Y las proyecciones para 2100 estiman que más de 180 países estarán por debajo del umbral necesario para sostener su población, según The Lancet. El tema, por supuesto, se está abordando con urgencia, pero debo decir también que con poca profundidad, acentuando, una vez más, cargas y responsabilidades que no le pueden corresponder exclusivamente a la mujer.
Y es que, eEn medios de comunicación, foros académicos y reuniones con toda clase de expertos, muchos de ellos están proponiendo cuestiones como: ¿cómo sostener economías, sistemas pensionales, productividad y crecimiento sin una base demográfica joven? ¿Qué hacer cuando las mujeres dejan de tener hijos?
Y es ahí, precisamente en esa última pregunta, donde radica el problema: en centrar toda la discusión en las mujeres y en su fertilidad. Primero, porque las causas de este fenómeno global son múltiples. Algunas tienen que ver con lo más obvio: la sociedad cambió. La maternidad dejó de concebirse como el único sinónimo posible de realización personal y, aunque a paso más lento, también empiezan a cuestionarse los mandatos de la masculinidad que exigían a los hombres sostener una familia tradicional.
Pero hay otros motivos igual de potentes. En una conversación con amigas, alguien increpó a una chica joven que estaba con nosotras: “¿Por qué no quieres tener hijos?”. Ella, sin titubeos, respondió: “pregúntame mejor por qué debería traerlos a un mundo como este”. Cuando la escuché, reconocí en esa frase lo que muchos sienten hoy: la dificultad de comprometerse con un futuro incierto y, en ocasiones, hostil.
Un hijo es para toda la vida. Por eso, muchos ya no están dispuestos y sienten que no cuentan con las garantías para asumir lo que eso implica. A esto se suma un dato contundente: en Colombia, más de la mitad de los hogares están a cargo de madres solas, lo que hace que el cuidado y la crianza sean una carga desproporcionada.
La incertidumbre también pesa. El futuro laboral es cada vez más frágil: la inteligencia artificial, como el anuncio gigante de Nueva York, amenaza con reemplazar millones de empleos; la precariedad económica se expande; las expectativas de estabilidad se reducen. Y la sensación de un planeta en riesgo es latente: crisis climáticas, guerras, pandemias y desigualdades hacen que para muchos la decisión de tener hijos se sienta menos como un sueño y más como una apuesta de alto riesgo.
Por eso, cuando veo pancartas como la que colgaron en el Congreso, además de reconocerlas como profundamente violentas, no puedo evitar preguntarme: ¿qué tanta falta de empatía, de criterio y de sentido común se necesita para promover algo así? ¿Qué tan desconectados de la realidad del país hay que estar? ¿qué tan poco se deben conocer los Derechos Humanos para disfrazar de patriotismo un discurso anacrónico que reduce a las mujeres a simples incubadoras de la nación, como si el útero pudiera gobernarse con políticas y leyes?
Ese tipo de mensajes no son ingenuos. Forman parte de una narrativa peligrosa que, en distintos rincones del mundo, ha intentado convertir la maternidad en un deber patriótico. Ocurre en Hungría, donde se ofrecen beneficios fiscales a quienes tengan más de cuatro hijos; en China, que pasó de limitar los nacimientos a imponerlos como responsabilidad cívica; o en Estados Unidos, con el retroceso del derecho al aborto y la cacería de brujas a cualquier referencia a la salud sexual y reproductiva. En todos esos contextos la lógica es la misma: controlar los cuerpos de las mujeres en nombre de un supuesto interés nacional y ahora, global.
El riesgo de que esa lógica eche raíces en Colombia no es menor. No necesitamos úteros al servicio de la patria ni liderazgos que usen la fecundidad como arma política y que, con cinismo, conviertan el fenómeno demográfico en una excusa para retroceder en derechos y libertades. Necesitamos un país donde las y los jóvenes sientan que tener hijos puede ser una elección libre, digna y viable, no una imposición ni una carga. Después de todo, no se trata de romantizar la maternidad, sino de empezar, por fin, a dignificarla y no solo para unas pocas, sino para todas las mujeres del país cuyo proyecto de vida incluya ser madre.
* Directora Ejecutiva de Profamilia.