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Cada que inicio uno de mis ya cerca de mil recorridos de Bogotá a Villavicencio, camino a mi ciudad natal, no dejo de recordar el dicho popular de mi padre sobre las tres velocidades del burro: “despacio, más despacio y parado”.
Es lamentable, y más que eso indignante, que un tramo de 85 kilómetros, en el que se cobran los peajes más caros del país, se tenga que recorrer en cinco o más horas. Y no es de ahora, sino de siempre, a pesar de que han pasado todos los años de rimbombantes anuncios del Gobierno. “En 90 minutos”, se leía hace más de 20 años, cuando se anunció el ambicioso proyecto de rectificación de esta carretera, trazada a ojo por el general Gustavo Rojas Pinilla durante su gobierno militar.
Noventa minutos se gastan prácticamente saliendo de Bogotá, un recorrido que hoy, debido a las obras del metro y a la precaria infraestructura vial de la capital, se torna más lento y tortuoso.
Después viene la carrera de obstáculos: “cierre del túnel de Boquerón por obras de mantenimiento, paso alterno en el kilómetro 58, por caída de piedra, cierre provisional en los túneles de Chirajara, por siniestro, cierre por protestas de los habitantes de Guayabetal, por las afectaciones que les genera el estado de la vía, paso alterno en los túneles de Buenavista y Bijagual por obras, cierre en la vía por instalación de los puentes militares ante la caída del puente debido a una avalancha torrencial, el 17 de julio de 2023; paso bidireccional en los túneles, desde Mesa Grande hasta Limoncitos, reducción de carriles por mantenimiento o cualquier incidente, vía alterna por el Sisga, ante el cierre indefinido de la vía, a causa de los derrumbes…
Las razones abundan, la reacción de los contratistas y de las entidades del Gobierno son demoradas, como ha ocurrido con los túneles de Quebradablanca, que llevan más de seis meses cerrados desde que un carrotanque se incendió, el 26 diciembre de 2023. Por eso seguimos de desvío en desvío. Y como ha ocurrido también con el ostentoso puente de Chirajara, que desde que se cayó la mitad de su estructura sigue en obra. Es el mismo caso del puente a la altura del peaje Naranjal; después de un año de la tragedia invernal en Guayabetal, seguimos a merced de los puentes militares, con el consabido aviso, de “solo puede circular un vehículo”. Y como ocurre con las obras pendientes de la doble calzada, desde Bogotá hasta Cáqueza. ¡¡¡Esas sí que están crudas!!!
Mientras la firma concesionaria sigue recibiendo el pago infaltable de los peajes -haya o no haya trancón-, las pérdidas del sector de transporte -tanto de carga como de pasajeros-, del sector turístico, de los agricultores, les siguen pasando factura a estos gremios sin derecho a reclamar. ¿Quién los va a indemnizar?
La vía al Llano no puede seguir en este recorrido incierto, donde nunca se sabe a qué hora vamos a llegar. Eso sí, lo único seguro, es el elevado pago de los peajes.