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Adagio

Columnista invitado EE y Juan Carlos Bayona Vargas

10 de octubre de 2023 - 09:05 p. m.

Tengo un hermano periodista profesional. Apenas lee mis columnas de opinión. Algunas de ellas lo han conmovido. Se cuentan con los dedos de las manos, eso sí. No lo culpo, a pesar de que llevo más de 20 años escribiéndolas. Claro, no publico regularmente. Solo cuando creo tener algo que decir. Siempre me recomienda que sea contundente. Que ataque... o defienda. Una buena columna debe producir en el lector rabia, indignación, risa o alegría, nunca indiferencia. Algo. De todas las reacciones, la menos buena es la última. Así me lo asegura.

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Las otras recomendaciones son de orden gramatical y sintáctico. A esas les hago menos caso. Creo tener una prosa correcta y un castellano muy legible. Pero no soy periodista de formación. He leído a muchos periodistas y con el tiempo he sabido adaptarme a los imperativos del oficio y ser cuidadoso, como, por ejemplo, cuando debo dar datos u ofrecer argumentos de terceros. He intentado escribir todos estos años pequeños ensayos con las recomendaciones del inolvidable Montaigne e ir encontrando poco a poco una voz, un estilo. Por eso, sin desconfiar de mi hermano, a quien admiro en varios sentidos, creo que sería mejor un periodismo menos atacador o defensivo, menos sarcástico o agresivo, y un poco más conciliador y amable. Se puede estar en desacuerdo y no por ello necesariamente en contra.

Este país lo necesita a gritos. No más antropofagia deliberada. Ya casi nos parecemos a los lectores que nos comentan. Impulsividad pura. Procacidad gratuita. Y no estoy hablando de diluir nuestras opiniones o las ideas que genuinamente hemos atesorado durante años en un falso respeto a los demás. Tampoco digo que nos tomemos de las manos como buenos ciudadanos y elevemos himnos de salud espiritual a la hipotética entidad. No hablo de ser neutral. Claro que hay que tomar posiciones y defender las convicciones con la fuerza de las razones y los argumentos. Pero no a costa de lo que sea o como sea. Así no vale. Aunque sé que mi hermano no me recomendaría eso, creo que la necesidad de provocar una reacción en los lectores, cualquiera que esta sea, puede acabar por convertirse en la feria de la crispación y los estremecimientos provocados. De esa manera extraviamos la serena y pausada fertilidad de la reflexión. Me quedo con el periodismo que enseñe a pensar, provoque pensar, deje pensar y, sobre todo, que no atice los odios.

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* Rector, Gimnasio de los Llanos.

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