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América Latina: verde, digital e incluyente

Columnista invitado EE y Andrés Rugeles*

21 de septiembre de 2023 - 02:17 p. m.

El ruido de las noticias permite generar fácilmente distracción. Lo observamos día a día en América Latina. Lo urgente y, en ocasiones, lo superfluo se superponen a lo importante en medio de una carrera o quizás un sentimiento de angustia mediática.

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Los gobernantes y la sociedad en general tienden a concentrar su atención en el corto plazo, como fuente de emociones, ya sea para el optimismo o el pesimismo, pero la mirada debe estar puesta en el horizonte. En aquel punto -largo hasta el infinito- donde las sociedades latinoamericanas trascienden, logran un mayor desarrollo sostenible e incluyente y, también, una mayor convergencia con las grandes economías.

La prosperidad de una nación está directamente relacionada con el nivel de crecimiento y, por ende, de la productividad. Sin un crecimiento económico adecuado es imposible combatir efectivamente la pobreza y la desigualdad. Sin la adecuada interrelación de los factores de producción es imposible alcanzar los niveles de ingresos requeridos.

Los factores sistémicos y los vectores estructurales en el largo plazo son cruciales. Son el futuro de las próximas generaciones y del planeta. Por ello, el llamado es a redoblar los esfuerzos en torno a la productividad, así como por una transición verde, digital e incluyente.

Luego de la pandemia del Covid-19, América Latina se encuentra navegando precisamente en aguas turbulentas. Estamos inmersos en lo que se ha denominado una serie de “crisis en cascada”: climática, de salud, de empleo, social, educativa, de seguridad alimentaria, energética y de costo de vida. A su vez, en el plano global están presentes los efectos de la guerra de Rusia contra Ucrania, las altas tasas de interés, elevada inflación, limitado espacio fiscal, niveles de endeudamiento y la desaceleración en los socios comerciales, en particular Estados Unidos y la zona del euro. Es decir, la economía mundial se encuentra aún en una situación de fragilidad.

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La CEPAL proyecta que el crecimiento de la región se desacelerará de un 4 % en 2022 a 1,7 % en 2023. En 2024 sería del 1,5 %. La deuda púbica se disparó (70 % del PIB) y los niveles de inflación se mantienen en niveles persistentemente elevados (13,3 % promedio, sin incluir a Venezuela), lo cual perjudica de forma desproporcionada a los hogares de ingresos bajos.

Y la visión de conjunto aún es más compleja. Durante las últimas tres décadas los países latinoamericanos han mostrado un pobre desempeño. El exministro de Hacienda de Colombia y profesor de la Universidad de Columbia, José Antonio Ocampo, y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) han advertido que la región se encuentra ahora inmersa en otra “década perdida” de desarrollo, que puede ser aún peor que la vivida en los años 80.

Ello tiene claros efectos adversos sobre la creación de empleos formales, la calidad de los mismos y la informalidad (uno de cada dos empleos en la región es informal), como problema estructural en nuestras sociedades y es causa y consecuencia de la baja productividad. La Oficina Regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que “los trabajadores informales tienen entre 3 y 4 veces más probabilidades de ser pobres que los trabajadores formales, a la vez que explican entre 70 y 90 por ciento de la pobreza laboral total”.

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Inversión, crecimiento y desarrollo a largo plazo

América Latina tiene que rebobinar su estrategia de inversión, crecimiento y desarrollo a largo plazo. Debe acelerar el paso y mantenerlo firme, aumentar la inversión extranjera de calidad, diversificar su producción y exportaciones, y adoptar la fórmula que podría denominarse V+D+I (verde, digital e incluyente). En el corazón del debate están la productividad, la transformación de sus sistemas económicos y el desarrollo social. La educación requiere un capítulo especial. El cierre de brechas en todos los campos es un imperativo, así como salir de la “trampa del ingreso medio”.

La región está en mora de converger con los niveles de ingreso por habitante de los países desarrollados. En promedio, el ingreso por habitante de la región es un 30 % menor al ingreso de un estadounidense típico, de acuerdo con estimaciones de la directora de estudios macroeconómicos de CAF-Banco de Desarrollo de América Latina, Adriana Arreaza. Este problema no ha mejorado sustancialmente en los últimos 60 años.

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La tasa de crecimiento de la productividad de la región ha crecido escasamente un 0.4% desde principios de la década de 1980. Esto representa una quinta parte del promedio de las economías en desarrollo del mundo. Por ejemplo, Singapur, Hong Kong, Finlandia, Corea del Sur y Australia, nos han tomado una enorme ventaja en materia de ganancias de productividad. En tal sentido, los latinoamericanos dedican más tiempo a sus actividades laborales que el promedio de países desarrollados; sin embargo, sus niveles de productividad son menores (OCDE).

La región ha quedado rezagada frente a la experiencia positiva de países del sudeste asiático o europeos que lograron diversificar su estructura productiva hacia sectores más intensivos en tecnología. Esta tendencia también se refleja en la brecha de educación, según las pruebas PISA. Los países latinoamericanos están una clasificación inferior a la del promedio de países de la OCDE, así como muy por debajo de China o Singapur, líderes mundiales.

Una agenda para la transformación productiva

La transformación productiva es clave para sustentar el crecimiento de calidad en el largo plazo. Este es el pilar de la prosperidad económica y riqueza de una sociedad. Debe basarse en una mayor diversificación comercial, acompañada de aumentos de productividad y consolidación de ganancias de competitividad (CAF).

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Para ello, los expertos consideran que desde la política pública y a través de agendas transversales y sectoriales es clave, entre otros:

(i) Impulsar la inversión pública y privada.

(ii) Formar capital humano de acuerdo con las necesidades del siglo XXI.

(iii) Acelerar los cambios estructurales y la transformación ambiental, tecnológica y digital.

(iv) Redoblar la construcción de infraestructura física y digital.

(v) Adelantar reformas que contribuyan a la creación de empleo e inclusión social.

(vi) Fortalecer la competencia en los mercados internos que promueva una mayor innovación, creación y transferencia de tecnología.

(vii) Brindar mayor acceso de las empresas a financiamiento.

(viii) Potenciar la integración comercial regional y global.

A nivel sectorial, la CEPAL ha propuesto concentrar la mirada en áreas que tienen una particular importancia para la región: transición energética, electromovilidad, economía circular, bioeconomía, industria manufacturera de salud, transformación digital, economía del cuidado, turismo sostenible, mipymes y economía social y solidaria. En palabras de su secretario ejecutivo, José Manuel Salazar-Xirinachs, “esta agenda es ambiciosa, pero la realidad es que no es un momento para cambios graduales ni tímidos, sino ambiciosos y transformacionales”. El sentido de urgencia y acción están más presentes que nunca.

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Esta aproximación requiere inexorablemente un rol activo y de excelencia del Estado que permita fortalecer mecanismos institucionales, corregir fallas de mercado y promover la acción del sector privado. Asimismo, se necesita una mejora notable en la cantidad y calidad de bienes y servicios públicos, mejorar la calidad de la gestión gubernamental, garantizar la transparencia y la lucha contra la corrupción, y la confianza de los ciudadanos de la región (solo 1 de cada 10 confían en los otros, de acuerdo con estudios del BID - Banco Interamericano de Desarrollo).

En complemento, se debe potenciar el avance del desarrollo humano en América Latina, así como de políticas sociales que contribuyan al bienestar de la gente, los sistemas de protección social y la capacidad productiva de los sectores más vulnerables. La igualdad en el acceso a las oportunidades productivas requiere una enorme atención para dinamizar las economías en contexto de profundas transformaciones, especialmente tecnológicas y digitales.

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Comentario final

Las intervenciones públicas no deben improvisarse. Deben ser producto de una reflexión profunda, la construcción de consensos y de proyección futura. Es decir, son elecciones conscientes de política. Asimismo, los cambios transformadores exigen audacia, liderazgo y decisión, especialmente en momentos de cruce de caminos. Su efecto tiene que ser constructivo y disruptivo, en el sentido más amplio y positivo.

Al final, en palabras de Konrad Adenauer, uno de los arquitectos de la Unión Europea, “todos vivimos bajo el mismo cielo, pero ninguno tiene el mismo horizonte”. América Latina debe avanzar en la construcción de su propio horizonte productivo que sea verde, digital e incluyente.

* Visiting fellow de la Universidad de Oxford y miembro del Advisory Board de la Unidad del Sur Global del LSE.

Por Andrés Rugeles*

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