Con el grito “¡MUJER, VIDA, LIBERTAD!” van cuatro semanas de protestas, agonía, muerte y esperanza. Un mes de protestas valientes a más no poder. Rara vez, por no decir nunca, en lugar alguno de nuestro mundo contemporáneo, se ha visto un enfrentamiento tan abierto y sostenido, un mano a mano de civiles tan descarnado y tan desigual frente a la maquinaria policial claramente aceitada para una represión brutal y sin contención. Un cuerpo a cuerpo liderado por las mujeres, donde lo primero que cae frente al bolillo es ese cuerpo sometido por la hipocresía institucionalizada y la opresión sistematizada. La misma que, a golpes, acabó con la vida de la joven Jina Mahsa Amini, detenida por el porte considerado inadecuado del hiyab, y cuya muerte, el 16 de septiembre pasado, ha desatado las iras de todas las protestas inconclusas, de todas las muertes inocentes, de todas las detenciones arbitrarias, de todos los cuerpos torturados, de todas las humillaciones y las vejaciones sufridas.
Irán está en las calles. Son cerca de 80 ciudades sacudidas por las manifestaciones. Desde el Kurdistán, de donde era oriunda Mahsa, región nacionalista donde las mujeres han sido protagonistas, al lado de los hombres, de una larga lucha separatista, y más al norte, en las ciudades de Tabriz, hacia la frontera de Azerbaiyán, y Rasht, verde capital de provincia del mar Caspio, pasando por Ispahan, la ciudad de las rosas, y la Shiraz del poeta Hafez, hasta Mashad en el nororiente y Zahestán, en el extremo sur oriental, frontera con Pakistán, ensombrecida por la peor de las masacres en la noche del pasado 30 de septiembre. Ante la violencia de la respuesta estatal y la total impunidad, es muy difícil llevar las cuentas de los caídos, pero las cifras de varias ONG coinciden en que pasan ampliamente los 200 muertos, incluyendo 27 menores de edad, sin poder estimar aún detenciones, heridos y desaparecidos. No tenemos sino angustia e interrogantes sobre el destino de hombres y mujeres indefensos montados a la fuerza en furgonetas en plena luz del día por milicias paramilitares. No hay claridad sobre los sucesos ni sobre las consecuencias del incendio de la prisión de Evin, centro de reclusión de los prisioneros políticos iraníes y extranjeros, que ardía en la noche del sábado 15 de octubre, manteniendo en vilo tanto al país y a la diáspora iraní como a la comunidad internacional.
La muerte de Jina Mahsa Amini hizo estallar el descontento larvado; y si se convirtió en símbolo de la protesta, es que Jina, nacida en Saqqez, en el Kurdistán iraní, el 22 de julio del 2000, representa dramáticamente a esta generación cansada del régimen de la República Islámica y de su sistema opresivo, que no le pertenece y al que no pertenece. Una generación cansada de antemano ante un futuro de incertidumbre y arbitrariedad, que prefiere enfrentarse a la muerte antes que aceptar la sumisión a los abusos del régimen teocrático. Y por su condición kurda, que es fundamental: en el pueblo kurdo, uno de los más resistentes y beligerantes de la historia contemporánea iraní, están representadas las regiones marginales, empobrecidas y oprimidas del país.
¿Hasta cuándo?
Este no es el primer levantamiento popular masivo. Quizá no se conozca mucho esta historia por fuera de Irán, pero las primeras protestas anti hiyab datan del inicio del régimen teocrático en 1979 cuando, recién tumbado el Shah, el último monarca persa, la Revolución Islámica comenzó a “devorar a sus hijos”. O mejor, a sus padres y madres: desde el régimen de los ayatollahs, instaurado en febrero de 1979 (y refrendado en abril), los mismos que lucharon contra el Shah de Irán por la libertad se encontraron enfrentados a arrestos, asesinatos y… sí, la imposición del velo obligatorio. Esa prenda de uso controvertido, prohibida por Reza Shah en el año 1936 en un impulso de secularización y modernización nacional, se convirtió en un conflicto creciente con los ultra conservadores opositores durante el reinado de su hijo, Mohammad Reza Pahlavi. Y sí, las mujeres que antes habían desafiado a la dinastía Pahlavi colocándose el hiyab en las calles de la moderna capital de Teherán se encontraron vociferando contra su porte obligatorio, cuando de la noche a la mañana la República Islámica, recién instaurada, lo impuso por mandato de Ley. Luego se instauró la desquiciada institución de la policía de la moral. Las protestas nunca cesaron del todo. Esta historia vive en la memoria de cada familia iraní y surge hoy en los puños alzados de la nueva generación. El hiyab ahora, el hiyab entonces, ¿siempre el hiyab? Hacer el quite al hiyab, quitarse el hiyab, quemar el hiyab… se ha convertido en el símbolo de todas las opresiones y las humillaciones del régimen. El movimiento anti hiyab creció exponencialmente a partir de 2014 cuando la renombrada periodista Masih Alinejad, exiliada en Nueva York, lanzó “My Stealthy Freedom”. Blandiendo su velo al viento en gesto libertario desde entonces, Alinejad asegura que, más que una mera pieza de tela, el hiyab es como el muro de Berlín. “Acabemos con él y el régimen caerá por añadidura”.
Recordarán quizás el año 2009: las marchas del movimiento verde iraní, tras las elecciones presidenciales que impusieron al ala dura de Ahmadineyad contra el moderado Musavi. Terminaron aplastadas, pero sacudieron la conciencia internacional cuando una y otra vez vimos el video que dio vueltas al mundo, testigos incrédulos de la caída de Neda Agha Soltan, por un disparo de la milicia Bassij cuando bajaba de su carro.
Las protestas se intensificaron en la década de 2010 a 2020 con crecientes saldos de muertes y un sistemático bloqueo de las redes de comunicaciones.
Recordarán quizás el año 2019: el detonante fue la crisis económica, disparada por el alza de los precios de la gasolina en medio de las penurias de una sociedad golpeada por las sanciones internacionales. El envalentonado renacimiento de la desobediencia civil fue bañado en sangre. Hoy como entonces, a pesar de las restricciones, la protesta se sigue en tiempo real mientras se riega como pólvora por todo el país. Como entonces, también toca a todos los estamentos de la sociedad. Como entonces, también tememos por las vidas de tantos inocentes que caen y se sepultan en la oscuridad.
Este no es el primer levantamiento popular masivo, pero ha despertado profunda admiración por sus protagonistas y tiene gran fortaleza simbólica. Las primeras imágenes de mujeres cortándose el cabello corresponden a un ritual de duelo en la tradición kurda, un sentido homenaje a la procedencia de Mahsa Amini. Siguieron la quema de los velos y los ríos humanos en las calles. Luego, las retaliaciones policíacas, redadas nocturnas filmadas y transmitidas a pesar de los bloqueos. Y llegamos al paroxismo causado por las colegialas uniéndose a la lucha en rebeldía frentera, desde sus espacios escolares y en contra los símbolos gubernamentales con el grito ¡MUJER, VIDA, LIBERTAD! Y cantando la bellísima canción viral de Shervin Hajipour, “BARAYE AZADI”, “POR LA LIBERTAD”.
No hay marcha atrás
Las protestas surgen de la rabia y del dolor. Pero desatada la ira, Irán está en las calles y no hay marcha atrás. En un país donde la pena de muerte es legal y las detenciones y ejecuciones arbitrarias, pan de cada día, la marcha atrás no es una opción. Convertida en verdadera ola revolucionaria, se entiende que la marcha atrás significaría más muertes y más desaparecidos que seguir marchando. Para llegar a algún lado hay que mantener la presión en todos los frentes y transformar el clamor en resultados. Por lo pronto, las demandas relacionadas con el hiyab parecen quedarse rezagadas ante la fuerza de slogans más radicales de una juventud que quema los símbolos de la teocracia, exigiendo un cambio radical. Y ha sido tal la dimensión de la protesta que para todos es claro cuáles serán las consecuencias de bajar la guardia.
¿Pero es viable tumbar desde las calles un régimen con las tenazas tan arraigadas en todos los eslabones del aparato estatal, en todo el territorio, y en el ajedrez político internacional? Hasta ahora ningún avance reformista ha dado resultados en la república islámica de Irán. Y actualmente las y los manifestantes se enfrentan a un gobierno cuyo presidente, Ebrahim Raisi, arrastra un largo historial de violación de derechos. Es difícil entender cómo llega al poder un hombre que carga con el sobrenombre de “Carnicero de Teherán”, por su participación en el comité de ejecución de los prisioneros políticos en 1988, durante la era del Ayatollah Khomeini. Pero Raisi fue erigido por el mismo líder supremo Ali Khamenei para los comicios de 2021, cuando la juventud que hoy sale a la calle, los primivotantes, lideró un amplio movimiento de abstención para denunciar la manipulación electoral bajo el lema “¡De ninguna manera votaré!”. Hoy el mundo se entera, ya sabemos por qué.
La historia nos enseña que, cerradas las vías democráticas, para derrocar a los gobiernos se requiere la toma, no solamente de las calles, sino de los cuarteles de policía y del ejército (que se rindan, se entreguen, o cambien de bando, que se alíen con la protesta), un giro en los medios, en los centros de poder, en la economía, en las instituciones estatales. En Irán, hoy, como en 1979, es fundamental la alianza de los manifestantes con los trabajadores del petróleo y la fuerza política y económica de los Bazaars. Algo semejante podríamos pensar que esté ocurriendo hoy. El martes 11 de octubre llegaron noticias de huelgas desde el Golfo Pérsico, en las refinerías de Abadan, en los conglomerados petroquímicos de Bushehr y en las plantas de gas natural de Asalouyeh. Sobra decir que estamos en el corazón de la economía nacional, y pocas veces una amenaza ha sonado tan reconfortante como cuando los obreros se declararon determinados a destruir las plantas y el equipamiento si los Guardias de la Revolución no dejaban de disparar a las y los manifestantes y deponían las armas.
Simultáneamente surgieron voces de denuncia de artistas, de actores políticos, maestros y economistas del país pidiendo un cambio de discurso y esbozando la posibilidad de entrar en un terreno de diálogos, unos con denuncias radicales y otros esgrimiendo advertencias de prudencia ante lo que consideran un suicidio político. Pero a estas alturas, tras un mes de masacres y de total impunidad ante la desenfrenada violencia del aparato policivo, es muy difícil concebir cualquier transigencia entre las partes.
Y al gobierno, que se vaya al diablo
Los iraníes, indignados ya por la presencia del presidente Raisi en la Asamblea de Naciones Unidas el 21 de Septiembre mientras ardían sus calles, piden a la comunidad internacional que rompa radicalmente las relaciones con este gobierno y que, más allá de la solidaridad del corte del mechón de artistas reconocidos y parlamentarios, llamen a sus embajadores y brinden medios de apoyo reales… Los habitantes de las grandes capitales mundiales han respondido en masa: Londres, La Haya, Oslo, París, Los Ángeles, Nueva York. El rol de la diáspora iraní ha sido crucial para convocar.
Mientras tanto, los gobiernos de Europa, Estados Unidos y Canadá y la UE, concentrados hasta hace poco en la renegociación del acuerdo nuclear de 2015 y en la crisis de Ucrania, buscan fórmulas, emiten, bien sea una declaración, una resolución, o sanciones contra los miembros de gobierno y de la Guardia Revolucionaria responsables del andamiaje represivo. Lentos. Pues si el régimen es temido por dentro, también lo es y lo ha sido siempre, por fuera. Con la crisis de los drones iraníes Shahed -136 lanzados por Rusia contra Ucrania, comienza a ventilarse el capítulo de las redes internacionales y su vínculo con la crisis interna. Las redes sociales de las tres generaciones de iraníes en el exilio no paran, twittean, denuncian y piden más: denuncian los vínculos de los dirigentes en Europa y en Estados Unidos, piden transparencia, sanciones y restricción de movimiento para los responsables, y hacen un llamado urgente para la reunión extraordinaria del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Así mismo, que desde afuera estemos atentos, seamos antenas repetidoras y no dejemos hundir el movimiento en la oscuridad de la desconexión. Se espera la solidaridad de la sociedad civil en los países democráticos, y los docentes universitarios de la red de exiliados hacen un llamado a la academia, advirtiendo que una lenta agonía del movimiento sería claramente un descenso al mismísimo infierno, un viaje sin retorno.
Bien lo ha dicho Masih Alinejad, el hiyab no es únicamente el porte del hiyab: es cuestión de toda una normatividad violatoria de los derechos fundamentales que ha impulsado y protegido la pena de muerte y todas las arbitrariedades que deben ser erradicadas para que aquellas y aquellos que marcharon, y sobrevivieron, todos los presos y las presas, muchos aún sin identificar, puedan volver a sus casas. MUJER, VIDA, LIBERTAD es una revolución de las mujeres en nombre de todos y no tiene fronteras. Nos corresponde a todos y a todas cuidar de esta llamada libertaria.
¿Qué nos piden a ti y a mí, a quienes estamos aquí afuera? “BE OUR VOICE!” Nos piden a gritos que seamos sus voces, que aseguremos su visibilidad.
Y al gobierno, que se vaya al diablo.