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Bioeconomía, nuevo ambientalismo, viejo consumismo

Columnista invitado EE y Giovanni Córdoba

27 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
“La gran ironía de un capitalismo verde es que no debe reducir el consumismo: debe 'hackearlo'”: Giovanni Córdoba.

Preguntémonos: ¿cómo salvar a las ballenas jorobadas que recorren el mundo, y que de junio a noviembre pasa por Nuquí, Chocó? Yo podría darles una respuesta inesperada: no con pancartas, sino tal vez comprando hamburguesas.

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El futuro verde y resiliente del planeta no vendrá de protestas sino de empresas de bionegocios conscientes a nivel global. Bioeconomía es un nuevo ambientalismo que entiende el poder de lo vivo, habla el lenguaje del mercado y mantiene un consumismo que no pretende salvar al mundo, pero que podría hacerlo sin saberlo. Un capitalismo verde.

Los ambientalistas de hoy se opondrán a esta idea. Lo harán, y entre ellos habrá quienes consideran que, si los países ricos colapsan económicamente el planeta se sanará solo, bajarán las emisiones, la temperatura volverá a ser normal, no habrá más climas extremos y todo volverá a ser como antes. ¡Eso es como romper el termómetro y celebrar que ya no hay fiebre!

Además, sobre esto hay otro hecho brutal y silencioso: no leen. Si lo hicieran, sabrían lo dicho por tantos autores y lo que gritan hace años los informes globales de la máxima autoridad científica del tema, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC). Todos subrayan, una y otra vez, lo inútil de intentar producir cambio ambiental global responsabilizando al “ciudadano consciente” y sus hábitos de consumo. Créanme, es mucho más fácil vender culpa que leer informes.

La gran ironía de un capitalismo verde es que no debe reducir el consumismo: debe hackearlo; así como suena. Si aceptamos la idea del profesor Zaltman de Harvard —que el 95 % de nuestras decisiones de compra son inconscientes—, entenderemos que, por cada acto de “consumo consciente”, cometemos al menos 19 decisiones inconscientes que destruyen. Hacemos daño sin quererlo. Por eso, el nuevo ambientalismo no puede esperar a que el consumidor despierte, sino que debe actuar donde realmente ocurren las decisiones: en ese vasto mar inconsciente donde compramos por inercia, necesidad, costumbre o deseo. La bioeconomía debe programar la matrix para que consumir no implique destruir. No es reducir demanda, es rediseñar lo que se ofrece de modo que quien consuma haga el bien sin saberlo.

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Aterricemos esta idea en el sector fashion, una industria perfectamente derivada de los combustibles fósiles y hoy responsable de casi 10 % del calentamiento global. ¿Sorpresa? No si vemos que las personas compran de 12 a 30 prendas de vestir por año, sin otra intención que “estar a la moda” y “verse bien”, no por necesidad básica. ¿Quién debe a hacer algo con urgencia? La industria. ¿Qué debe hacer exactamente? Entender el poder de lo vivo que ha traído la biología sintética, con potentes innovaciones como la seda biofabricada, colágeno y fibras de proteínas, biopoliésteres o micelio. Con solo esto, la industria podría reducir sus emisiones totales a un 80 % de las actuales. Que la moda no deje de existir, pero que deje de contaminar.

Una bioeconomía efectiva contra el calentamiento global resultará de repensar los mercados y las empresas a partir del inmenso poder de transformación y sanación de los sistemas vivos y los ecosistemas, sin reducir el consumismo. Con la urgencia de la acción climática mundial, no llegaremos a tiempo impartiendo educación ambiental al consumidor. Seremos más efectivos reprogramando la economía para que consumir no implique automáticamente destruir.

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Por último, la bioeconomía no sería tal si solo trabajara con productos de la “economía real” como productos fashion y manufacturas de consumo diario —comida, empaques, transporte, combustible, materias primas—, abandonando por completo el sector de los mercados financieros y la especulación con el dinero.

Volvamos al caso de salvar ballenas jorobadas comprando hamburguesas. ¿Qué tal si cada vez que usted compre una hamburguesa de McDonald’s con una criptomoneda proconservación le entran 2 centavos de dólar a los guardianes de las ballenas en donde quiera que estén? A diferencia de lo que hacen algunos almacenes de cadena cuando sus cajeros te piden una contribución para “los niños de no-sé-donde”, este dinero sí tendría que ser trazable hasta las calles de Nuquí y los caminos de guachalito para ser creíble.

Este nuevo ambientalismo bajo la lente de bioeconomía nos lleva a pensar: ¿quién está salvando a quién? Si las criptomonedas de conservación —que aún no están en el mercado— pudieran financiar la gestión y el sustento de los guardianes de las ballenas jorobadas y su valor como ícono vivo, no por magia, sino por blockchain, entonces son ellas (las ballenas) las que salvan a los guardianes; no al contrario.

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Esto nos dejaría una lección parecida a esta: salvar al planeta suena heroico, pero en realidad no estamos salvando al planeta, estamos negociando nuestra permanencia en él. Y si eso implica pagar por salvarlo sin darnos cuenta… que así sea.

* Biólogo, Universidad Nacional.

Por Giovanni Córdoba

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