Bochinchología

Columnista invitado EE: Alejandro LLoreda
01 de junio de 2022 - 05:21 p. m.

Algunos politólogos consideran que el populismo es el principal aporte latinoamericano a la ciencia política, pero cometen un grave error al dejar de lado el bochinche.

Inglaterra creó la monarquía parlamentaria. La Francia republicana inventó la separación de los poderes. Estados Unidos el Federalismo. Si el aporte de América Latina a la ciencia política es el populismo, el de Colombia podría ser el bochinche.

El populismo es notoriamente difícil de definir, a pesar de haber sido estudiado en innumerables tesis doctorales en facultades de ciencia política alrededor del mundo. Se ha realizado la taxonomía de todas sus variantes; desde sus manifestaciones canónicas de izquierda -Perón, Getulio Vargas, Chávez-, hasta sus variantes de derecha -Menem, Fujimori, Uribe, Bolsonaro-.

Pero poca atención se ha dedicado al bochinche como sistema de gobierno, o más bien, de desgobierno. El diccionario define bochinche como “situación confusa y desordenada, en especial si va acompañada de ruido, voces y alboroto”, lo cual, por cierto, no es una mala descripción de la política colombiana.

El bochinche, como el populismo, puede ser de derecha o de izquierda. Pero mientras que un populismo es un orden político basado, entre otras cosas, en la concentración del poder en el gobernante, y su identificación con el pueblo, el bochinche carece de toda estructura u orden político. El bochinche es, por definición, desordenado y caótico. Infantil, poco serio: pariente del berrinche.

Quizás el primer latinoamericano en usar la palabra fue el generalísimo Francisco de Miranda, en la madrugada del 31 de junio de 1812, cuando un grupo de oficiales patriotas, dentro de los cuales estaba el joven Simón Bolívar, lo despertó en el puerto de La Guaira en Venezuela, para notificarle que estaba detenido.

Recordemos que para ese momento Miranda era el americano más prestigioso en la Europa de la ilustración, y había pasado por los ejércitos revolucionarios de Francia alcanzando el grado de general y, según decían las malas lenguas, por la cama de Catalina la Grande de Rusia.

Con una distinguida hoja de vida como latin lover y revolucionario profesional, los dirigentes criollos de Caracas –donde había nacido, y de donde se había ido muy joven– lo habían convencido de aceptar la jefatura de la Junta Revolucionaria en Venezuela, y Miranda, a regañadientes, había aceptado encabezar la revolución.

Ahora, después de la primera derrota ante las fuerzas españolas, los mismos criollos lo sacaban de la cama a empujones, echándole la culpa del mal momento que pasaban los patriotas. Ante el atropello les respondió, con la arrogancia que solo puede destilar alguien cuyo nombre está esculpido en el Arco del Triunfo de París: “¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!”.

Bochinche pudo haber sido, pero sus flamantes colegas revolucionarios lo entregaron a los españoles y el pobre Miranda terminó muriendo preso en la cárcel de Cádiz. Este episodio fue el momento más bajo del Libertador, y hasta el final de su vida evitó hablar de la traición a Miranda. Pero, en su defensa, Bolívar logró aprender del bochinche de 1812, y pasó a organizar las campañas libertadoras que derrotaron los ejércitos españoles.

Pero el bochinche no terminó con la independencia. A mediados de siglo diecinueve, cuando ya los ánimos independentistas se habían calmado, y la euforia de estrenar una nueva soberanía se había estrellado contra las guerras civiles y el faccionalismo, dos poetas decepcionados con el rumbo que tomaba la política en las nacientes repúblicas revivieron el término para describir a la política latinoamericana, y muy especialmente, la colombiana.

El primero fue Antonio José de Irisarri, una curiosa figura continental del siglo diecinueve. Nació en Guatemala, y, como Andrés Bello, emigró a Chile, donde fue el primer magistrado de la nación, canciller y embajador en Londres. A mediados de la década de 1840 vivió un par de años en Colombia, invitado por Tomás Cipriano de Mosquera, y aprovechó su paso por Bogotá para fundar un periódico, “El cristiano errante”, y escribir un libro sobre el asesinato de Sucre en Berruecos. Salió de Colombia cuando tumbaron a Mosquera, y terminó su vida en Estados Unidos. Publicó en Nueva York, en 1867, un libro de Poesías Satíricas, con un poema que se llamó “Bochinche”, que vale la pena reproducir a continuación:

“¿Qué cosa es el bochinche? Un alboroto,

el buen Salvá responde. Más no es esto:

es cosa muy distinta. ¿Salvá acaso

voto pudo tener en la materia,

sin ser autoridad? ¿En dónde ha visto

el filólogo aquel que lo define?

¡Alboroto! ¡Asonada! ¡Qué locura!

El bochinche en tal caso no sería

digno de nombre nuevo. ¿Qué motivo

hubiera habido entonces para darnos

una palabra más sin nueva idea?

Alboroto es tumulto pasajero,

pasajera también es la asonada;

más el bochinche es cosa permanente;

es el orden constante del desorden;

el estado normal en que se vive

en confusión y en inquietud eternas:

Es un cierto sistema de política;

es una forma de gobierno raro,

que mejor se llama desgobierno,

a pesar de que en él hay despotismo,

y la fuerza a la ley se sobrepone.

Invención de Colombia es el bochinche,

y el nombre es colombiano. Estos son hechos.

Mas pasemos a ver cuál es su esencia,

y cómo se embochinchan los Estados,

y cómo se hace bochinchero el hombre.

Nace el bochinche de la absurda idea

de haber dispuesto Dios que la ignorancia

los negocios del mundo desarregle.

Enseñóse a los hombres que en cien necios

debe haber más razón que en un sensato,

Y que habiendo más necios en el mundo

deben aquestos ser los gobernantes.

Bastaba ya con esto para vernos

en perpetuo bochinche. Mas prosigo

los principios sentando del sistema

del eterno desorden. Enseñóse

que cualquier facción poder tenía

para urdir la diablura más horrible,

haciéndose llamar la Soberana;

y no hubo ya gobierno; no hubo jueces,

ni congresos tampoco, que no fueran

juguete y burla de facciosos pillos.

Sin política alguna los mandones

Jamás consultan la razón de Estado

ni saben que en el mundo haya tal cosa;

ni los jueves se arreglan a las leyes,

porque las leyes nadie las respeta;

ni en los congresos reinan los principios,

si no son principios bochincheros.

Este bochinche, como bien se alcanza,

no sólo perjudica a los que moran

en el suelo que se haya embochinchado,

sino a todos los pueblos y naciones

que tienen con aqueste sus negocios;

porque es preciso que el desorden dañe,

doquier que alcance su perverso influjo.

Cese mi indignación, pues he cumplido

con vindicar el nombre del bochinche,

el nombre dado al hijo de Bolívar,

o sea al nieto, si se quiere. Dejo,

¡colombiano bochinche! Vindicado

tu ilustre nombre, por desgracia

de chinche y de berrinche consonante,

una cosa que apesta, otra que hostiga.

¡Soberano bochinche, omnipotente,

regulador supremo de Colombia!

Ya sabes que soy tu muy adicto

Y grande admirador de tus portentos.

Vive tú lo que tu puedas, y yo viva

Para escribir tu funeral elogio.”

A este poema le respondió Rafael Pombo, el poeta principalmente conocido por sus versos infantiles, pero también un político y periodista de marcada ideología conservadora. Pombo vivió casi veinte años en Estados Unidos, inicialmente como secretario de la embajada colombiana en Washington, y luego de su pluma y sus traducciones. Seguramente conoció a Irisarri en Nueva York, y le dedicó en el mismo año otro poema llamado “El Bochinche”.

“En vuestro bello tratado

Sobre Bochinchografía

Se os ha tan sólo escapado

Decir la etimología

De ese término endiablado.

Voy tras della, y puede ser

Que mi escalpelo la trinche,

Debiéndola conocer

Uno a quien tocó nacer

Compatriota del Bochinche.

Por dicha, cualquier nación

En cuya sangre hay bochinche

Es caballo muy bribón

Y sacudirá al mandón

Que con más arte lo cinche.

Mas después, ¿quién del veneno

La enferma sangre exonera?

¿Qué viaje largo y sereno

Hará un caballo sin freno

Montado a usanza llanera?

¡Y llamamos democracia

A esa bochincherocracia

Lidiando por el botín,

Do el bochinchero se sacia

Y el pueblo paga el festín!

No es la necia ineptitud

Ni es la infeliz multitud

Quien gobierna en nuestra casa;

Esta, en su humilde virtud,

Ni sabe lo que le pasa.

Son doctores sapientísimos

En su especial facultad

Del bochinche; habilidad

Que hace progresos tantísimos

En tanta universidad.

Y esos ilustres doctores

Nunca pierden: algún lío

Recompensa sus labores,

Pues siempre a revuelto río

Ganancia de pescadores.

Fuerzas del bochinche: el ocio

E ignorancia popular

Que aun sabios del Equinoccio

Ignoran que haya un negocio

Mejor que el de embochinchar.

Cuando aquellas pobres gentes,

Que esas pérfidas serpientes

Nutren de bárbara hiel

Sepan que hay cierto papel

Llamado precios corrientes,

Y que a peso de oro, el mundo

Paga el añil, la vainilla,

La quina, la cochinilla,

La zarza, que el rancho inmundo

Invade audaz y acribilla;

Cuando sepan qué millones,

Qué palacios nuestros frutos

Van a alzar a otras naciones;

Cuando ellos se matan, ¡brutos!

Por zánganos y ladrones,

Y que, en paz, cualquier gañán

O arriero de nuestra tierra

Tiene más seguro el pan

Que mucho idiota holgazán

Que nació lord de Inglaterra:

Entonces, apenas abra

La hambrienta boca el gritón

Y diga media palabra

Sobre salvar la nación

Que él y sólo él descalabra,

A piedra y palo en tropel

Le caerán nuestros gañanes

Y lo izarán a un cimbel

Para espantar gavilanes

Menos gavilanes que él.

….

Teníamos material

Para el bochinche, y de sobra;

Mas no: faltaba el final,

El descuajo radical

Que redondeara la obra.

Siendo el embochinchamiento

Un derecho de natura,

Papá del pronunciamiento

Ya era falta de cordura

Diferir el sacramento.

Llegó la Federación,

Que como el nombre lo expresa,

Es la fe de la ración

Que a cada conmilitón

Le ha de tocar de la presa.

El bochinche quedó así

Legalizado y perfecto;

Y nada, a partir de allí,

Podrá sorprenderme a mí

Ni al bochinchero arquitecto.

Y por más, ¡oh patria mía!

Que el legislador te finche

Con tanta soberanía,

No eres más, desde aquel día

Que un soberano bochinche.”

Quizás pecó por iluso Irisarri, el padre de la bochinchología, al pensar que alcanzaría a escribir el “funeral elogio” del bochinche colombiano. Un siglo y medio después de sus poemas, el bochinche está más vivo que nunca, y con la llegada de las redes sociales, como Twitter, ha alcanzado niveles de decibeles ensordecedores.

Colombia nunca ha sido tierra fértil para caudillos, pero el bochinche se da silvestre en nuestra geografía. Y en los últimos meses hemos visto que en las encuestas presidenciales puntean quienes podrían resultar bochincheros mayores a cualquiera de los que padecieron Miranda, Irisarri o Pombo. El bochinche colombiano tiene una larga historia, y, al parecer, una larga vida por delante.

Por Alejandro LLoreda

 

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