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Empezar a escribir sobre abusos de poder, relaciones asimétricas y verticales en la academia no es fácil, menos cuando una ha sido víctima y han pasado décadas desde los eventos. En mi caso, el tiempo no quita la importancia de lo que ocurrió, y no puede justificarse con esa idea retrógrada de que eran otras épocas y eso estaba normalizado.
Un tema del que poco se ha hablado en las discusiones recientes es sobre el uso del poder y la absoluta asimetría al solicitar una carta de recomendación académica. Algo tan simple como remitirse al reconocimiento académico, investigativo o laboral de la persona que solicita la recomendación puede convertirse en un acto de abuso por parte del “recomendador”. Mi experiencia sucedió cuando solicité esa carta de recomendación a un profesor muy reconocido con quien había cursado varias asignaturas con excelente desempeño y conocía mi interés académico e investigativo incipiente. El camino fácil era decirme: “No, Juanita, no puedo, o no quiero, darte una recomendación”. El camino del acoso disfrazado de argumentos aparentemente institucionales fue decirme: “He dado ya dos recomendaciones a personas que quieren ir al país al que quieres ir. Debes saber que existe una comisión de cartas de recomendación [algo así sugirió, aunque quizá no en esos términos] en cada país y mi nombre se vería en entredicho si recomiendo a tantas personas. Sin embargo, estoy dispuesto a darte la recomendación si…” el resto fue una insinuación morbosa e insultante de favor sexual a cambio de una recomendación para evitar que su nombre se viera afectado por el tal comité de recomendaciones. Él “iba a sacrificar” su nombre para ayudarme siempre que yo hiciera lo mío.
No tuve herramientas para contestarle ni insistí en mis argumentos de excelente desempeño académico. Solo salí de su oficina, que, por cierto, cerraba cuando atendía. En un primer instante me dio rabia, muchísima rabia, porque no me dio una carta de recomendación que sentía que merecía. De la rabia pasé a la repulsión, pues no comprendía cómo un tema académico llevó a sugerir un tema sexual. Luego pasé a la impotencia y a pensar: ¿cuántas mujeres estudiantes han pasado por esto? Encontré en mis amigas un espacio de desahogo. No hubo dudas, no me preguntaron cómo me vestía para ir a clase ni sugirieron que fuera mi culpa. Ellas entendieron perfectamente que él estaba actuando de manera incorrecta y que era intolerable ese acoso. Pero eran otros años, la época en que el acoso se manejaba en entornos privados, en que solo se comentaba entre un grupo cercano y se evitaba al acosador, tanto como fuera posible. Algo que no siempre era fácil. Por fortuna, otro profesor escribió la recomendación como debe ser, basado en mi desempeño académico y en su experiencia como docente. Sí era, y es posible, una recomendación sin abuso. En tantísimos años nunca voy a olvidar ese abuso de su posición jerárquica y del supuesto “manto intachable” de la academia. No fue mi única experiencia de abuso y acoso, pero quizás sí en la que me sentí más vulnerable. Fue un acoso lleno de justificaciones aparentemente válidas, pero que no eran más que argumentos retorcidos para sus asquerosas intenciones.
La vida académica lleva a que se coincida y se compartan espacios. Alguna vez en uno de estos espacios un colega economista me preguntó el porqué del maltrato del profesor hacia mí (me callaba, me hablaba con desaire o no me contestaba). Le conté mi experiencia con mucho temor a ser juzgada. Mi colega quedó perplejo, pero entendió que era cierto, decidió creerme y apoyarme siempre que coincidíamos en algún espacio académico con ese profesor. Algunos dirán que para qué escribo esto si no doy su nombre. No lo daré. No por ahora. Escribir me llena de dolor por esa Juanita de hace años que no contó con una sociedad que reconociera el abuso, el acoso, el maltrato y la violencia contra las mujeres como algo que no puede repetirse. Escribir también me permite ver, desde el ahora, la necesidad de generar cambios en aquellos procesos que acentúan las relaciones verticales y dispares entre estudiantes y profesores. Una de estas: las famosas recomendaciones. El futuro laboral o académico no puede depender de favores de ningún tipo hacia el “recomendador”. La academia, las universidades y en particular la Universidad Nacional de Colombia puede establecer mecanismos más institucionales para que cualquier estudiante se sienta segura de las recomendaciones que reflejen su desempeño e interés académico y no sean objeto de abuso de poder.
Estamos construyendo el camino de las transformaciones y, en ese caminar, es necesario seguir reconociendo tantas formas, espacios, lenguajes y relaciones de esta sociedad patriarcal que queremos cambiar.
*Decana de la facultad de Economía de la Universidad Nacional.