Debate sobre la paz: apocalípticos, integrados y escépticos
Umberto Eco distinguió al analizar el debate sobre la cultura de masas dos grandes posturas cuasi irreconciliables, pesimistas extremos (apocalípticos) y optimistas radicales (integrados). Algo parecido observamos al seguir desde fuera, con conocimiento y proximidad, las negociaciones en La Habana y su reflejo en la vida colombiana, aunque añadiéndole una tercera categoría, la de escépticos, en diferentes grados. La polarización entre apocalípticos e integrados, presente en el mundo político y social y sobre todo en la opinión publicada, junto al escepticismo generalizado del “ya veremos”, lastra la visión a medio y largo plazo, privilegia las visiones cortoplacistas frente a la mirada estratégica, de largo plazo. Y, en suma, sustrae energías vitales para la preparación de la fase post-acuerdo. El debate caliente entre apocalípticos, integrados y escépticos privilegia lo que sucede al negociar, al hacer las paces, y menoscaba el interés y la discusión sobre los cambios de largo aliento, la construcción de la paz. Subraya los peligros y las eventuales renuncias y deja de lado las oportunidades y ganancias. Resta y no suma.
Adicionalmente, sorprende el contraste entre el interés, complicidad y optimismo sobre el proceso de negociación y la posterior implementación de los acuerdos entre actores y países extranjeros, que consideran – consideramos- la Colombia post-acuerdo como un escenario de grandes posibilidades y éxitos, y el fatalismo pesimista y/o escéptico de los colombianos, que suele imponer el a priori de “muy complejo, nunca lo hemos logrado, tampoco ahora pasará”. Por decirlo a la manera de Malcom Deas, pareciera que a base de sumar problema tras problema, la lista de agravios y obstáculos disuade a casi todos del intento de resolverlos uno a uno y agosta el empeño reformador.
Sin embargo, desde el conocimiento comparado de otros procesos, puede afirmarse lo siguiente. Primero, las negociaciones y el previsible resultado final entre transformación (a futuro) y transacción (toma y daca) permite augurar oportunidades para resolver un problema endémico, la reproducción intergeneracional de la violencia política. Segundo, sin negar los problemas y retos, las oportunidades, capacidades contrastadas y el contexto internacional y nacional permiten predecir éxitos si se focalizan las energías en el cambio. Y tercero, ello permitirá poner el acento en otro problema estructural del país, la desigualdad y la poca presencia del Estado en una parte importante del territorio.
Hacer las paces permitirá centrarse en lo importante y dejar de lado lo urgente, focalizar los debates, dirigirlos hacia la transformación y las oportunidades. Por decirlo con la sabiduría clásica, de todo en su justa medida, de nada en exceso. Si se le baja el tono y se pone el énfasis en la argumentación, el debate entre apocalípticos, integrados y escépticos puede ser la antesala del componente esencial de toda democracia fuerte, junto a las más conocidas dimensiones participativa y representativa, el deliberativo. En suma, deliberar, no vociferar.
*Rafael Grasa
Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador del Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP).
Umberto Eco distinguió al analizar el debate sobre la cultura de masas dos grandes posturas cuasi irreconciliables, pesimistas extremos (apocalípticos) y optimistas radicales (integrados). Algo parecido observamos al seguir desde fuera, con conocimiento y proximidad, las negociaciones en La Habana y su reflejo en la vida colombiana, aunque añadiéndole una tercera categoría, la de escépticos, en diferentes grados. La polarización entre apocalípticos e integrados, presente en el mundo político y social y sobre todo en la opinión publicada, junto al escepticismo generalizado del “ya veremos”, lastra la visión a medio y largo plazo, privilegia las visiones cortoplacistas frente a la mirada estratégica, de largo plazo. Y, en suma, sustrae energías vitales para la preparación de la fase post-acuerdo. El debate caliente entre apocalípticos, integrados y escépticos privilegia lo que sucede al negociar, al hacer las paces, y menoscaba el interés y la discusión sobre los cambios de largo aliento, la construcción de la paz. Subraya los peligros y las eventuales renuncias y deja de lado las oportunidades y ganancias. Resta y no suma.
Adicionalmente, sorprende el contraste entre el interés, complicidad y optimismo sobre el proceso de negociación y la posterior implementación de los acuerdos entre actores y países extranjeros, que consideran – consideramos- la Colombia post-acuerdo como un escenario de grandes posibilidades y éxitos, y el fatalismo pesimista y/o escéptico de los colombianos, que suele imponer el a priori de “muy complejo, nunca lo hemos logrado, tampoco ahora pasará”. Por decirlo a la manera de Malcom Deas, pareciera que a base de sumar problema tras problema, la lista de agravios y obstáculos disuade a casi todos del intento de resolverlos uno a uno y agosta el empeño reformador.
Sin embargo, desde el conocimiento comparado de otros procesos, puede afirmarse lo siguiente. Primero, las negociaciones y el previsible resultado final entre transformación (a futuro) y transacción (toma y daca) permite augurar oportunidades para resolver un problema endémico, la reproducción intergeneracional de la violencia política. Segundo, sin negar los problemas y retos, las oportunidades, capacidades contrastadas y el contexto internacional y nacional permiten predecir éxitos si se focalizan las energías en el cambio. Y tercero, ello permitirá poner el acento en otro problema estructural del país, la desigualdad y la poca presencia del Estado en una parte importante del territorio.
Hacer las paces permitirá centrarse en lo importante y dejar de lado lo urgente, focalizar los debates, dirigirlos hacia la transformación y las oportunidades. Por decirlo con la sabiduría clásica, de todo en su justa medida, de nada en exceso. Si se le baja el tono y se pone el énfasis en la argumentación, el debate entre apocalípticos, integrados y escépticos puede ser la antesala del componente esencial de toda democracia fuerte, junto a las más conocidas dimensiones participativa y representativa, el deliberativo. En suma, deliberar, no vociferar.
*Rafael Grasa
Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador del Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP).