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El 20 de julio

22 de julio de 2022 - 09:13 p. m.

Nadie puede solo. Es la ley de la biología. Y de los seres que poblamos el mundo. Y del universo. Si alguien puede solo es sólo mientras se da cuenta de que no puede solo. Y lo acepta. Y reconoce lo fatuo de su intento. Hasta la soledad está relacionada con los otros. La política es el arte de darse cuenta de eso. Y de hacerles creer a los otros que alguien es más necesario que ellos. Pero no. Un presidente no cambia un país. Un gobierno podría. La historia es pródiga en ejemplos. Alejandro Magno o Julio César o Teutobod no eran nada sin sus ejércitos a pesar de que sus ejércitos pensaban que no eran nada sin ellos. Es extraño. Porque un verdadero gobierno debería esperar a que sus ciudadanos se gobernaran a sí mismos y sólo recurrieran al gobierno cuando no puedieran ponerse de acuerdo. Eso significa que es tan válido el interés y la voluntad individual como la necesidad del bien común.

Y es verdad. Nada es más apasionante que la vida colectiva. Tal vez sólo comparable a eso sea la vida en solitario. Decir yo es, en ese sentido, tan valioso como decir nosotros. Y el tránsito de una persona a la otra es lo que nos hace movernos, lo que nos hace vivir, lo que nos hace morir. Adherir a una causa o a un grupo social puede ser tan temporal como definitivo, y en mi caso, he dejado de perder por primera vez en mi vida, al adherir a un proyecto con unos énfasis esenciales que acabaron por convencerme. Y tengo ilusión y esperanza.

He pensado en estas cosas al ver el deplorable espectáculo de la instalación del Congreso el pasado 20 de julio. Cómo es de fácil aplaudir. Y de placentero. Tanto como abuchear. Lo difícil es guardar silencio en lugar de aplaudir o en lugar de abuchear. Se aplaude sin libreto. Movido por un entusiasmo natural. Algo semejante se puede decir del abucheo. Sin embargo, hay algo más atronador que cualquier demostración a favor o en contra de un discurso, es el silencio. Y no creo que en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional deba ser el templo del silencio. Claro que no. Es un parlamento. Un lugar lleno de palabras. Pero el silencio hubiera sido lo deseable en la inauguración del nuevo Congreso el pasado 20 de julio. De lado y lado. El espectáculo fue lamentable. No se respetaron. No tuvieron compostura.

Las cifras que el presidente Duque presentó en un tono airado, casi pendenciero, ventejuliero literalmente, desataron tanto los aplausos como las rechiflas y los gritos de mentiroso. Le hubiera creído más si las hubiera dicho con un tono diferente. Y hay cifras que son contraevidentes. A juzgar por organismos internacionales como, por ejemplo, la FAO. Pero más allá de eso, al presidente y a los que fueran sus escuderos del Centro Democrático, es evidente que les escuece que Gustavo Petro sea el nuevo presidente. De las 16 páginas del discurso, sólo una línea para desearle éxitos al gobierno entrante. Más un pie de página que otra cosa. Mal.

Espero, como millones de colombianos, que el gobierno entrante no caiga en lo que ha criticado al saliente tantas veces. Lo declaró el presidente electo el día que ganó las elecciones. Y espero que dentro de cuatro años salude con sinceridad al gobierno que lo suceda. Con sinceridad y respeto. Y lo felicite.

Por Juan Carlos Bayona Vargas

Educador. Rector del Colegio Bilingüe Internacional Gimnasio Campestre Reino Británico. Filósofo de la Universidad del Rosario, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid (España), Maestría en Derecho de la Universidad de Los Andes.

 

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